Relato literario de Eva Borondo
La sangre española calentaba su pecho y le enrojecía el rostro
Los domingos literarios
Dudaba de todo y dudaba, sobre todo, de que viniera pero, igualmente, tendría que esperar sentado en su habitación a que dieran las ocho en el reloj.
La reina que tenía en sus manos era blanca y no del color del dulce caramelo. Era la reina de corazones y la carta tenía un pico oscurecido que, salvo él, nadie notaba.
Sus manos temblaron cuando dieron las nueve y la carta le cayó al suelo. Ya no le servía.
Yamilé se había marchado con el americano y se llevaba a su hijo.
Con la cabeza despejada de dudas salió Carlos del Hotel Embajador y se hizo de una baraja de cartas nuevas para poder jugar en el salón. Abrió el paquete y las amañó.
La sangre española calentaba su pecho y le enrojecía el rostro. Este país necesitaba una revolución, pero ya no era suyo. El Maine acababa de estallar.
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