Relato literario de Eva Borondo
Se levantó así como cansado, después de la pequeña pausa, y se despidió recuperando fuerzas para salir de nuevo
Los domingos literarios
Cerró con energía la puerta del despacho detrás de él y se acercó a mí velozmente.
Me pidió la mano con la suya para estrechármela y, una vez hecho esto, se presentó como coordinador del proyecto que estábamos llevando a cabo en la empresa.
Tomó asiento y se expandieron mis pupilas cuando respiré su perfume cálido del trasiego de la mañana. Tenía calor y a través de los botones de su camisa se filtraba un suave vapor.
Me sonrió con celeridad y se quedó ahí sentado mirando los documentos que me había pedido mientras yo le observaba con tiempo el cuello enrojecido y sudoroso y la parte afeitada en la que le crecía el pelo brillante.
Se levantó así como cansado, después de la pequeña pausa, y se despidió recuperando fuerzas para salir de nuevo.
El despacho se quedó en silencio durante unos minutos resguardándolo de los ruidos externos de faxes, impresoras y conversaciones mañaneras junto a la máquina de café.
Llegó la secretaria del jefe y me dijo: “¿Le has visto?” y cambió de tema para quejarse de lo cansada que estaba y de que quería buscar otro trabajo, etc., etc.
Se fue y el despacho quedó nuevamente en silencio.
Al final de la jornada tomé mis cosas del perchero y dije adiós a todos.
Más tarde, en un taxi que me llevaba al aeropuerto internacional, pensé que me hubiera gustado poder volver a la oficina a la que había hecho el desfalco, sólo para respirar el aroma del coordinador y, quizás, abrirle la boca con mis labios.
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