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EL SEIS DOBLE
domingo, 24 de abril de 2011
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 El Impulso Sexual

“Parece claro que en el género humano la forma de satisfacer los impulsos sexuales es fundamentalmente aprendida”


 

En cuerpo y alma

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Elisabeth Pons Cebrián

 

La semana pasada comentábamos en nuestra sección, primero, que la sexualidad en Occidente se había entendido por la moral imperante como un instinto vergonzoso y por ende en una intuición vergonzante tanto para varones como para mujeres (aunque muchísimo más para esta parte de la humanidad que para aquélla); segundo, que toda información sobre la sexualidad se ocultaba o tergiversaba en la familia, en la iglesia o en la sociedad con el fin de controlar dichos instintos o de vigilar dichas intuiciones a través del miedo a lo desconocido y a sus posibles consecuencias indeseables y tercero que, finalmente, hace poco más de un siglo en los países más desarrollados tanto los científicos más sensibilizados como los poderes públicos del Estado más preocupados por la situación de sufrimiento y de ignorancia de las personas sobre este tema tomaron la iniciativa de remediar todo este desatino.

A partir del texto de hoy, toda vez que por lo menos a nivel teórico hemos visto superados muchísimos impedimentos éticos, iniciaremos una correlación de artículos de difusión en los que trataremos ya sistemática y científicamente los conceptos que nos atañen. Así pues, el primero de los conceptos a inquirir no podía ser otro que el de la misma motivación sexual humana.

El impulso sexual es, por lo tanto, un fenómeno muy complejo y todavía poco asimilado científicamente, pero objeto frecuente de abundantes especulaciones. En último término, las distintas formas de interpretarlo constituirían, precisamente, las bases teóricas sobre las que se asientan las distintas corrientes ideológicas de explicación de la sexualidad.

Tradicionalmente, el concepto de motivación sexual permaneció ligado al de reproducción. Randolph Stone (1890-1982) concretaría esta tesis, en 1939, formulando una definición aún muy extendida, aunque imposible de mantener a la luz de los últimos avances en la investigación sexológica: “el impulso sexual es el resultado de la activación –por estímulos externos- de una serie de necesidades fisiológicas relacionadas con la reproducción”. Ni es cierto que las “necesidades” desencadenadas por los estímulos externos sean “fisiológicas”, al menos en el sentido médico habitual del término, ni que estén relacionadas exclusivamente con la reproducción, como lo demuestra el caso de las múltiples parejas que hacen el amor sin deseo de tener hijos y, en último término, la misma diferenciación orgánica entre las estructuras responsables de la conducta sexual y las encargadas de garantizar la reproducción.

En la actualidad, según Grossman, uno de los psico-fisiólogos más rigurosos, el sexo equivaldría a un “drive no homeostático”, es decir, a un impulso que se desencadena no para restablecer el equilibrio interno del individuo (por ejemplo, la sensación de hambre o de sed aparecen cuando las células del cuerpo necesitan elementos nutrientes), sino provocado fundamentalmente por estímulos ambientales, externos a él. No se conocen cambios o estados del organismo que lo provoquen, y las circunstancias biológicas que intervienen –sobre todo, hormonales- son solo una condición necesaria, pero no suficiente, para su aparición. Las hormonas preparan biológicamente al organismo para la actividad sexual, pero no la determinan, como lo prueba la persistencia de la sexualidad en la edad madura. En consecuencia, una buena definición del impulso o motivación sexual sería equipararlo a una combinación cualquiera de factores orgánicos –hormonas y sistema nervioso central- y de estímulos externos capaces de provocar una secuencia de respuestas directamente relacionada con la cópula, o con cualquier otro tipo de maniobra adecuada para obtener el orgasmo.

En este sentido, para los animales el instinto sexual sería un impulso primario, es decir, relacionado exclusivamente con la conservación de la especie; en cambio, como la relación de dependencia entre nivel de impulso sexual y nivel de hormonas decrece conforme se asciende en la escala evolutiva, en el caso del ser humano, el desencadenamiento del impulso sexual depende tanto de los mecanismos hormonales y del sistema nervioso central como de estímulos externos apropiados.

En el polo opuesto de esta interpretación se situarían hoy en día algunas teorías, excesivamente simplistas, que niegan al impulso sexual cualquier otra finalidad ajena a la mera cópula, y que tienden a despreciar toda manifestación (afecto, comunicación, deseo de tener descendencia, etc.) no escuetamente sensual, o la propuesta por el antropólogo C. S. Ford y por el psicólogo F. Beach en el sentido de definir la motivación sexual como la conducta que implica solamente la estimulación y excitación de los órganos genitales; la única ventaja de esta última definición, tan aparentemente descarnada en sus términos, sería la de no conllevar implicaciones ajenas al sexo.

Sea como fuere, parece claro que en el género humano la forma de satisfacer los impulsos sexuales es fundamentalmente aprendida. Depende del mismo ambiente en que el individuo se desenvuelve, aunque existan también unas condiciones previas heredadas totalmente indispensables. La necesidad psicológica sexual que a veces puede experimentarse en un momento dado, aun en ausencia de estímulos ambientales, viene suscitada por una capacidad superior de aprendizaje que es la que, en definitiva, convierte el impulso sexual humano en algo difícil de explicar racionalmente y, por supuesto, imposible de equiparar al comportamiento de los animales.

Así las cosas, dado que la mayoría de los psicólogos están de acuerdo en considerar el aprendizaje como un cambio relativamente permanente de la conducta, debido a la práctica, esto supondría que el organismo, ante unos estímulos determinados, adquiriría nuevas respuestas distintas a las que se podrían considerar instintivas o heredadas. El hombre nacería con unas posibilidades y a lo largo de su vida iría aprendiendo nuevas pautas de conducta.

La sexualidad humana, entonces, no constituiría ninguna excepción, puesto que se ha podido comprobar que cuanto más evolucionado es el animal, tanto más compleja es la gama de estímulos sexuales a los que puede reaccionar, y tanto más rico en matices es su repertorio de respuestas. Tengamos muy presente además que los mecanismos de estimulación sexual, a nivel humano, son realmente distintos para cada sexo. Y que incluso dentro de la misma especie humana, las diversas pautas sexuales que pueden observarse en las distintas culturas, y aun las que coexisten en una misma, constituyen una prueba evidente de la enorme variedad que caracteriza a esta conducta.

En este sentido, los estudios transculturales han sido muy útiles, al poner de manifiesto cómo determinadas actividades o normas que parecen totalmente naturales a los miembros de una sociedad pueden resultar aberrantes o incomprensibles para los de otras debido, precisamente, a la indeterminación que adoptan las respuestas de los individuos en tanto que sociedades humanas, según sus respectivas culturas, ante la estimulación interna y externa de la sexualidad humana.

Finalizo aquí hasta la próxima semana en la que trataremos el tema de la sexualidad en las diferentes edades. Un saludo a tod@s.

Elisabeth Pons Cebrián

*Elisabeth Pons Cebrián es sexóloga

 
 

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El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.

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Opinión

Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia

Benito - 24/04/2011
Leyendo el artículo con atención me surgen algunas dudas. ¿Qué es el instinto materno? ¿Es posible que haya mujeres que no lo tengan y que no les aparezca nunca? ¿Cómo podría afectar esto en una pareja en la que él quiera tener hijos y ella se niegue con rotundidad? Gracias.
Elisabeth Pons Cebrián - 24/04/2011
Estimado señor Benito:
No es mi norma contestar por estos medios, pero mi colega Cristina me ha pedido que lo haga y más, me dice, tratándose de usted.
Por un lado, plantea la cuestión del instinto materno en toda su crudeza.
En el artículo se especifica que el ser humano no está biológicamente cerrado a sus instintos, con lo que le influye tanto la presión gregaria como lo que aprende socialmente, pero aún así tanto el varón como la mujer no pueden escapar de un cuerpo que tiene para con ellos muchísimas exigencias desde el nacimiento hasta el fallecimiento.
En este sentido gregario la formación de la familia es fundamental y el papel de la mujer clave.
Tanto el varón como la mujer interpretan sus instintos como intuiciones. El varón, por un lado, se siente atraído por la mujer y es capaz, si quiere, de elevarse a las más altas cimas del romanticismo al inicio de la relación, todo esto lo lleva a cabo su mente; en realidad, fisiológicamente, no se aparta del comportamiento habitual del resto del género animal. La mujer acepta a un varón porque, a nivel fisiológico y psicológico, ha visto en él al mejor individuo del grupo con el que engendrar nuevos miembros de la especie, pero ella también interpretará la relación de manera romántica al pensar que dicho varón es “el hombre de su vida”.
El hombre, por lo general, ve colmada su inspiración casi con exclusividad en la mujer; a su vez, la mujer la colma en el hijo, más aún, en la hija y la desarrolla con el auxilio de su madre, es decir, de la abuela (la terrible “suegra” de los maridos).
No quiero meterme en asuntos en los que mi colega Cristina Pastor Arenillas tiene mayor información, pero sólo diré que la formación de la familia, de la gens, de la tribu, de la sociedad, de la nación, tiene que ver con la mujer y que las primeras formaciones políticas y culturales del mundo que conocemos en nuestro actual período geológico fueron matriarcales. Ahora bien, como la mujer ha intuido el misterio de la vida a través de su propio cuerpo se mantiene en esos parámetros a través de la crianza de los hijos y no va más allá, sencillamente, porque biológicamente ya no hay más allá. En cambio el varón que no ha experimentado esta “religión del útero”, esta religión de la reproducción, tiende a crear ilusiones racionales que le llenen su “vacío” existencial, su no-ser-mujer: este sería un modo de interpretar, por ejemplo, la obra de Schopenhauer y del primer Nietzsche.
Esto sería tratar la cuestión con rapidez y con generalidad. Pero usted apunta una nueva cuestión: ¿es posible tener un cuerpo de mujer y no tener una mente acorde con dicho cuerpo? Por supuesto que sí, pero eso no significa que sea lo “normal”. Y por favor entiéndaseme que cuando hablamos de “normalidad” estamos diciendo que es aquello que se repite estadísticamente como media y a veces incluso como moda, no que filosóficamente deba ser lo normal.
Todavía apunta una nueva cuestión: ¿qué consecuencias traería para la pareja masculina si el miembro femenino no se comportase fisiológica y psicológicamente como se esperaría de ella que lo hiciera?
Necesitaríamos saber qué edad, qué figura, qué enseñanza y qué profesión tiene la mujer en cuestión. O sea: si la mujer es joven, bella, inculta y proletaria. O si es joven, bella, inculta, pero empresaria. O si es joven, bella, culta, pero proletaria. O si es joven, bella, culta, empresaria o profesional. O si la mujer es joven, fea, inculta y proletaria. O si es joven, fea, inculta pero empresaria. O si es joven, fea, culta, pero proletaria. O si la mujer es joven, fea, culta y además dueña de una empresa o una profesional de reconocido prestigio. No quiero seguir con la lista, pero habría que añadir otro factor importantísimo ¿qué educación recibió esta mujer en su propia familia cuando era niña?
Regresemos con la pareja masculina que tiene el problema. En mi opinión él debería sopesar si su querencia de los hijos está ligada a que lo sean de su pareja femenina o no. Quiero decir con esto lo siguiente: si él puede llenar su vida con hijos que no sean de su pareja y por lo tanto tampoco suyos propios. Él debería plantearse seriamente la posibilidad legal de la adopción de hijos y ella debería comprender y entender la desazón de su pareja. En caso contrario, si ni aún así ella quisiese tener hijos es muy probable entonces que tampoco quiera sinceramente tener pareja. En ese caso, el problema en realidad lo tiene ella y debería ser ella quien con toda honestidad averiguase qué tipo de relación es el que quiere mantener con él: como un amigo con derecho a roce o como una pareja capaz de procrear junto con ella a otros individuos de nuestra especie y por consiguiente de conformar una familia.
Espero haber contestado a sus preguntas. Un saludo.
Mari-Tere - 24/04/2011
Elisabeth, le digo tanto a usted como a Cristina: Enhorabuena por sus artículos y gracias por estar ahí.
Mascarell - 25/04/2011
Me gusto el articulo. Muy interesante, pero me agrado más la contestación para Benito. muy clara, muy consica y creo sinceramente que Benito debe haberse sentido satisfecho de dicha contestación-
Benito - 25/04/2011
Sí Mascarell, la respuesta es satisfactoria. Para un situación más particular ya sería otro tipo de consulta más privada. Gracias por la contestación.

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