

Batiste Gregori Ibáñez, peluquero de Alzira
Tras 40 años de profesión sus hijas continuaron con la tradición familiar
Los pelos de la cabeza se llaman cabellos; son unos tubitos en cuyo interior circula una sustancia llamada savia. Crecen como las plantas y, como estas, tienen raíces. La coloración del cabello va desde el rubio claro hasta el negro azulado. Cuando la savia desaparece pierde la cabellera su coloración y, pasando por el gris, termina en blanco. Generalmente el color del pelo guarda relación con los ojos. Así, los individuos de pelo rubio, castaño o rojo suelen tener los ojos azules, verdes o garzos; los que lo tienen negro, ostentan también los ojos negros o pardos muy oscuros. En unos individuos los cabellos son lacios; en otros ligeramente ondulados y en la raza negra son tan sumamente rizados que forman una masa apretada y corta.
Pero el que sabía muchos de esta materia era el alcireño Batiste Gregori Ibáñez, que nació en esta ciudad, capital de la Ribera Alta, en 1886 dedicando casi toda su vida a la confección de pelo de postizos; el hacer trenzas o moños para los peinados especiales, como cuando nuestras jóvenes visten las galas de nuestro incomparable y rico traje de fallera.
Batiste, en 1911, a la edad de 25 años, marchó a la capital de provincia donde aprendió la profesión de la elaboración cabello y mallas o postizas; muy pronto comenzó a trabajar por su cuenta en un taller propio en su pueblo. A su lado colaboraban Ana María González, su esposa, y dos empleadas más que laboraban con las trenzas y postizas hasta que estas últimas abandonaron el trabajo para casarse. En 1939 fallece la esposa de Batiste continuando solo en el negocio. Batiste el peluquero, como se le conocía familiarmente, recorría los pueblos de la comarca asistiendo a los mercados para vender lo que confeccionaba en su taller de Alzira, hasta que le llegó la hora de la jubilación, a los 65 años, en 1951. Por otra parte, Batiste no quería que se perdiera la tradición familiar y así enseñó la profesión a su hija mayor, María, que comenzó a trabajar ese mismo año hasta que transcurrieron 20 años y las dos décadas siguientes. Pero no abandonaron la saga y María enseñaría a su hermana pequeña, Consuelo, que dejó de trabajar en 1992, por imposibilidad física.
No hace mucho tiempo, aunque esta modalidad ha decaído un poco, el que esta labor tenga una continuidad. Los hermanos José y Mari Carmen Oliver, bajo la experta mano de María Gregori, con sus 84 años, siguen las directrices que ella mismo recibió de su padre.
Toda una generación en este trabajo. Batiste Gregori dedicó 40 años; sus hijas, María y Consuelo, otros 20 cada una. Ahí quedan los hermanos Oliver con una tradición que otros llevarán a cabo en la alcireña barrida de Caputxins.
En la foto vemos a María Gregori con su discípula Mari Carmen Oliver, en plena actividad.
Alfonso Rovira 22.5.94
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