Relato literario de Eva Borondo
Se había quedado dormido y la gente que estaba en la terraza se había ido a refugiar en el interior
Los domingos literarios
Un inglés entró en la terraza-bar que se encontraba en la azotea del hotel y, parado en la entrada, molestando el ir y venir de los camareros, escogió una mesa por varios factores ambientales y personales: la protección de una sombrilla blanca, la distancia adecuada con la mayoría de las mesas ocupadas (especialmente en la que estaban sentadas dos mujeres con dos carritos) y una visión estratégica hacia la puerta de entrada.
Un camarero delgaducho y muy joven, que había visto hacía un minuto riendo descoyuntadamente con otro, sacó de la taquilla del trabajo su pose seria y servicial, exagerada.
El inglés pidió desganado el menú del día, para no tener que hablar mucho, y respiró profundamente porque se sentía cómodo en aquel lugar soleado, tibio, con los murmullos lejanos de coches, como las olas del mar, relajantes.
Después de comer, el sol se ocultó detrás de nubes grisáceas. Se pidió un café y un whisky.
Un aire frío y húmedo lo despertó. Se había quedado dormido y la gente que estaba en la terraza se había ido a refugiar en el interior.
Allí estaba él solo, bajo la lluvia espesa, y la entrada del hotel estaba cerrada. Uno de los niños que había visto en la terraza con las dos madres le sonreía divertido, apoyado en el pomo de la clausurada puerta. Golpeó el vidrio con los nudillos para que le abriera pero salió a correr.
Pensó: “¿Por qué los españoles tienen tanto miedo al agua de lluvia?” y volvió a llamar, pero todos estaban en una sala al fondo. No podían oírle. ¡Qué situación más ridícula! Comprendió que sólo le quedaba esperar a que dejara de llover y se asomó al borde de la terraza para admirar el paisaje sevillano: paraguas que chocaban, tráfico denso e inesperado, gritos… Decididamente esta era una ciudad de sol y de calor.
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