“Soy lo suficientemente feo y lo suficientemente bajo como para triunfar por mí mismo”
Mi imagen de Woody Allen es la de un hombre sencillo; ingenioso a raudales, quizá por ello también asiduo a divanes de psicoanalistas; diría que un buen cineasta y hasta un buen clarinetista, aunque él haya manifestado que “el público no iría a mis conciertos si no fuera célebre, por lo que entiendo que mis seguidores vienen más a verme que a escucharme”.
No puedo resistirme al embrujo y sabor del ambiente de un café neoyorkino en el que toca una banda de jazz, como tampoco puedo resistirme a la excéntrica singularidad de Woody Allen.
Es un deleite escuchar a este “loco bajito”, mientras se leen extravagancias ocurrentes de su cosecha como estas:
“El dinero no lo es todo, pero es mejor que la salud. A fin de cuentas, no se puede ir a la carnicería y decirle al carnicero: ‘mira que moreno estoy, y además no me resfrío nunca’; y suponer que va a regalarte su mercancía; a menos que el carnicero sea un idiota”.
“El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores”.
“Soy lo suficientemente feo y lo suficientemente bajo como para triunfar por mí mismo”.
“No creo en una vida más allá, pero, por si acaso, me he cambiado de ropa interior”.
“En realidad, prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire”.
“De pequeño quise tener un perro, pero mis padres eran pobres y sólo pudieron comprarme una hormiga”.
“Sigo preguntándome si hay vida después de la muerte. Y si la hay, ¿Le cambiarán a uno un billete de veinte pavos?”.
Que lo disfruten.
Ramón Alfil
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