Relato literario de David Jorques
“…ojos que durante mucho tiempo habían estado ciegos de amor, de locura, de ignorancia y que ahora volvían a la absurda, necia y oscura noche”
Algo confuso despertó tras varios golpes. Rodeado, el joven preguntó: “¿Qué ha pasado con la vida, el amor y los sueños?” No conseguía distinguir los rostros de los allí presentes.
El extraño ser lo miró serio y le clavó una mirada displicente. El chico, asustado y nervioso volvió a preguntar: “¿Dónde están? ¿Dónde está ella?
Callado y sin un rasgo de benevolencia sonrió y, al ver que la actitud del chico no variaba avisó a sus compañeros, le agarraron bien fuerte, sacaron, agitaron sus exuberantes alas y echaron a volar, volar hacia la luna; la triste y fría luna alejada del sol, la vida y el Mundo. Ella, tranquila, ajena a todo ello, mientras descubrió a Miguel H y el significado de su astro.
Empezaron a elevarse, la fuerza del joven y antiguo héroe parecía revivir, pero no pronto se percató de que sus recuerdos, los rayos de sol, la fuerza del primer ferrocarril, la playa; su aroma... ya no estaban allí. Se habían reducido a la nada, ya no recibiría esas fuerzas.
Pronto, encontraron un aliado y se unieron a él.
Sí, él, el frio viento del invierno le dejó solo, se llevó su alegría. Convirtió en cristal a aquel chico, le petrificó la mirada y se le heló el aliento. Al fin, acallaron su sonrisa y su voz para que nunca más pudiera acercarse a ella. Le anestesiaron el corazón que ya ni latía e, incluso, parecía llorar sangre contaminada por la ciudad y le volvieron a cerrar los ojos, ojos que durante mucho tiempo habían estado ciegos de amor, de locura, de ignorancia y que ahora volvían a la absurda, necia y oscura noche.
Los ángeles lo alejaban de la tierra y ya planeaban como anclarle al silencio de la Luna, poco a poco su Mundo se desvanecía y él no pudo hacer otra cosa que contemplar su autodestrucción.
Áxel y su grupo habían ganado la partida, habían llegado en el mejor momento, lo aprovecharon.
Era la recompensa a sus males, una recompensa que tarde o temprano podía llegar...
Llegó y arrasó con todo. Una parte de ella también murió aquella noche.
David Jorques Rosell
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