EL SEIS DOBLE
domingo, 5 de marzo de 2023
El espejo de las almas (y IV)
La aventura de escribir | Juan Pablo Giner
La aventura de escribir | Juan Pablo Giner
Capítulo 4 y último
Sin pensar en las consecuencias, exultante por su logro, Tarik se precipitó en el interior del círculo y de inmediato empezó a sentir sus efectos. El amor que había entregado a sus hijas se multiplicó y le hizo gozar de una sensación de paz casi extática. Visiones de rostros sonrientes de sus hijas en todas las etapas de su vida le devolvían oleadas de amor y felicidad que casi no podía soportar. Luego apareció su esposa que le entregaba toda la ternura que él había sentido por ella y le hacía sentir centuplicado el placer de la pasión con la que se entregaban cuando estaban juntos.
De pronto todo cambió. El espejo de las almas había llegado a su interior más profundo y estaba explorando la avaricia y la ambición que, aunque habían estado ocultos en el rincón más remoto de su alma, habían dejado una huella que no había desaparecido por completo. Tarik empezó a ver los rostros de todos los rivales a los que había eliminado para conseguir sus propósitos que se acercaban amenazantes abriendo unas fauces de lobo en las que destacaban afilados colmillos de oro. Tras los rostros, una enorme bola dorada giraba lenta hacia Tarik que, paralizado por el horror, veía reflejada en su brillante superficie una mueca de espanto en la que no reconocía su propio rostro.
El alarido se oyó en toda la casa. Las hijas de Tarik, que en ese momento estaban más próximas que los sirvientes, se precipitaron al sótano donde vieron que tras la caja de madera desguazada, había una puerta entreabierta cuya existencia desconocían. De la puerta salía una luz blanca que les hizo detenerse. Un nuevo alarido las sacó de dudas y entraron en la habitación atropellándose por ser la primera en socorrer al padre amado.
Tarik estaba tendido en el suelo. Sus piernas no se movían pero sus brazos se agitaban como si intentase apartar algo que lo aplastase. Las dos muchachas le tomaron cada una de un brazo y, sin saber bien por qué, empezaron a tirar de su padre para sacarlo de aquel lugar extraño. Su padre parecía estar clavado al suelo. Como si una fuerza invisible lo estuviera aprisionando. Las muchachas no conseguían moverlo y veían desesperadas como su padre volvía a gritar con una vehemencia que les desgarraba el alma.
De pronto sintieron maravilladas que su fuerza crecía y, casi sin esfuerzo, como si moviesen una pluma, sacaron a su padre en volandas de aquel sótano y lo llevaron a su aposento, donde de inmediato dejó de gritar, cayendo en un profundo estado de inconsciencia.
Nunca sabrían que el espejo de las almas había multiplicado su virtud y, por el amor que sentían hacia su padre, había aumentado sus fuerzas para salvarle de una muerte segura.
Cuando Alí llegó, atraído por los gritos, ya todo había terminado. Las hijas le contaron entre sollozos lo que había sucedido. El mayordomo bajó al sótano y descubrió la estancia secreta donde las láminas de metal celeste todavía iluminaban el espacio con su inquietante luz. Cerró la puerta cuya existencia desconocía hasta aquel momento y subió a atender a su amo sintiendo la certeza de que nunca volvería a ver aquella estancia.
Y así fue. Cuando Tarik despertó de su inconsciencia. Ordenó que se cerrase la cámara y que nunca, bajo ningún concepto, se volviese a abrir, aunque aquello supusiese perder la mayor parte de su fortuna, que estaba enterrada en su suelo. Recordaba con claridad todo lo que en ella había experimentado y muchas noches se despertaba gritando, hasta que sus hijas con mimos y ternura conseguían calmarle.
Su vida cambió desde entonces. No soportaba la visión del oro. Sus hijas, ayudadas por Alí, se encargaron de administrar, casi en secreto, el resto de su riqueza que él se empeñaba en repartir entre los necesitados porque no quería tener nada que le recordase su codicia. Murió unos años más tarde feliz, acompañado por sus hijas, creyéndose pobre y redimido de su pecado de avaricia.
FIN
Juan Pablo Giner
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