EL SEIS DOBLE
domingo, 26 de febrero de 2023
El espejo de las almas (III)
La aventura de escribir | Juan Pablo Giner
La aventura de escribir | Juan Pablo Giner
Capítulo 3
El metal celeste era un material extraño que recibía su nombre por venir del cielo. Bolas incandescentes que eventualmente caían a la tierra. Eran enviadas por dioses antiguos y para nada servían, salvo para recordarnos que no debíamos contrariarles ya que con ellas podían destruirnos en cualquier momento. En algún lugar Tarik había oído la leyenda de una gran bola que había destruido casi toda la vida sobre la tierra al provocar con su impacto una nube oscura que, durante muchos años, extendió una noche interminable sobre los montes y los mares.
Tarik sabía cómo era aquel metal. Había tenido la oportunidad de tenerlo en sus manos y de notar su extraño calor. Tenía un tacto áspero y su color era gris muy oscuro. Era muy maleable por lo que se podía trabajar bastante bien, pero su feo aspecto no lo hacía deseable. Su único atractivo era su escasez.
Al cabo de unos meses, llegó un emisario a su casa. Una caravana procedente del gran desierto del Sur se había puesto en marcha para llevarle lo que había solicitado. La espera se le había hecho casi insoportable y ahora allí tenía el material necesario para cumplir su último sueño: tener su espejo de almas.
Tardó algo más de lo previsto en terminarlo porque no admitió la ayuda de nadie. Alí le insistía cada vez con menos interés ante las repetidas negativas de su amo. Sin embargo, no dejaba de preocuparse por su extraño comportamiento, por lo que no le pasó desapercibido el momento en que dejó de oír ruidos o golpes procedentes del sótano, al que tenía prohibido acceder desde la llegada de la misteriosa caja.
Tarik había terminado su obra. Se encontraba en su habitación secreta. Era una estancia circular que se comunicaba con el sótano y que los anteriores propietarios de la vivienda habían mandado construir con algún propósito práctico que él sólo podía medio imaginar. La había descubierto casi por casualidad, al ver un bloque de piedra que tenía una hendidura por el que salían repugnantes cucarachas. Dispuesto a acabar con aquellos insectos, consiguió mover el bloque y descubrió la estancia. Una vez retiró las piedras en cantidad suficiente para acceder al interior, concibió de inmediato la idea de que aquel iba a ser el lugar más seguro en el que guardar su fortuna. En el extremo opuesto al lugar por el que había accedido se veía una entrada a un pasadizo que se prolongaba hacia la oscuridad. Lo recorrió iluminado con una antorcha hasta que llegó a un lugar donde apenas cabía y pudo atisbar una tenue luz que venía del exterior. Entonces lo comprendió. Aquel túnel y aquella estancia eran un acceso, tal vez secreto, para comunicar la vivienda con el brazo del río que rodeaba las murallas del sur de la población. Las constantes crecidas del rio lo habían hecho prácticamente inservible y finalmente había sido abandonado. Se encargó personalmente de tapiar con gruesos bloques de piedra el acceso al pasadizo, se hizo una puerta secreta disimulada con piedras del mismo tamaño para acceder desde el sótano y consiguió tener en ella su particular cámara del tesoro.
Terminada su tarea, Tarik miraba su espejo de almas con una mezcla de ilusión y miedo. Por una parte, creía haber alcanzado su sueño y se disponía a comprobarlo de inmediato. Por otra parte, temía fracasar. Quizás no había sido lo suficientemente hábil y había errado en alguna fase de la construcción, o tal vez peor, quizás aquello no fuese más que una superchería que él había creído ciegamente y que sólo le había servido para desprenderse de una buena parte de su fortuna. En eso pensaba cuando el espejo empezó a funcionar. Las láminas de metal celeste empezaron a emitir un tenue zumbido, como el de una mosca, y se iluminaron con una débil luz blanca y fría que fue creciendo paulatinamente hasta permitir la visión de la estancia sin ayuda de los candiles que había encendido. El espejo había tomado las fuerzas de la tierra y del cielo y estaba dispuesto para multiplicar el aura de los seres humanos que estuviesen en su interior.
Juan Pablo Giner
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