Artículo de opinión de “Sierra”
Tan pronto como la rueda de la financiación se para, empiezan a aflorar todas las inversiones erróneas y los activos sobrevalorados
A diferencia del oro o de los billetes que usamos hoy en día, el dinero fiduciario no es convertible en nada y sólo debe su existencia a la confianza que genera como medio de cambio. Sin esta confianza, tiene tan poco valor como el papel en el que está impreso.
Actualmente, cuando un banco concede un préstamo a una entidad que no pertenece al sistema financiero (empresas, personas o sector público), está creando dinero fiduciario en la economía, lo que suele provocar inflación. El tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, ya nos advertía del peligro que esto comportaba: “Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos… la capacidad de crear liquidez debería ser retirada de los bancos y devuelta a la gente que es a quien pertenece. Si el pueblo norteamericano permite que la banca privada controle la emisión de dinero, primero con inflación y después con deflación, los bancos y corporaciones que lo controlen privarán a la gente de toda propiedad y sus hijos nacerán siendo unos ‘homeless’ en el continente que sus padres conquistaron”.
A pesar de sostener el sistema con continuas inyecciones de liquidez, llega un momento en que la expansión crediticia se para, ya sea porque la banca cierra el grifo del crédito o porque la gente se asusta y deja de pedir prestado. Tan pronto como la rueda de la financiación se para, empiezan a aflorar todas las inversiones erróneas y los activos sobrevalorados, y el crecimiento del dinero fiduciario se ralentiza o empieza a decrecer, por lo que la pirámide de préstamos y el sistema productivo creado con este poliedro empiezan a desintegrarse.
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