“Con las vacas esqueléticas, al ‘mileurista’ del pasado reciente lo denigran diciendo que está así porque ha vivido como un desahogado y que para salir de esta crisis necesitan de su sacrificio”
Parada y fonda
Ramón Alfil
Ser un “mileurista” entraba hasta hace poco en los preceptos fijados de la normalidad. Era casi un patrimonio público.
Las capacidades para dirigir de los políticos que nos está tocando vivir no sólo han llevado al descalabro, sino también a la desconfianza y a la extinción del “mileurista”. Y eso… cabrea al personal.
Claro que hay gente que cobra mil o más de mil euros. Al referirme al “mileurista” me refiero a ese ciudadano que hace unos años llegaba a fin de mes justito, pero llegaba… y que hoy se conforma con migajas de 700 u 800 euros si es de los que tienen suerte y no está en el paro. Y, según estadísticas de a pie de calle, de esas que no son engaños: son mayoría.
Con las vacas esqueléticas, al “mileurista” del pasado reciente lo denigran diciendo que está así porque ha vivido como un desahogado y que para salir de esta crisis necesitan de su sacrificio. Cornudos y apaleados.
Cuando un “mileurista” de los de antes de la guerra económica recibe una carta de Hacienda que empieza con la cortesía de “Estimado contribuyente” se caga en los leones del Congreso, en todos esos ‘politicuchos’ y asesores de tercera división que ven como cada día uno de mes caen del cielo del dinero público en su cuenta más de tres mil euros y en todas las tramas corruptas que han hecho en este país más agua que el Titanic. Estos cumplidos, desigualdades y chanchullos convierten al mundo en una comedia para unos y en una tragedia para otros.
El termómetro social de los dirigentes políticos y económicos está muchos grados bajo cero. Aquella ciudadanía “mileurista” del pasado reciente, ¡esa mayoría!, ya no se fía de nadie, ni de su sombra. Quizá sea en lo único que haya salido ganando. Menos mal.
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