Historia de una invasión silenciosa
La mayor aventura de mi vida
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Existen multitud de plantas, animales y objetos que conocemos sobradamente aunque, sin embargo, no sabemos su verdadero nombre y acabamos llamándolos de formas como mínimo curiosas. Uno de estos casos es el que sucede con el estepicursor. Esta palabra que suena así, tan culta, procede de la unión de “estepa” y “cursor” (que corre).
Como su propio nombre indica, se trata de una planta original de la estepa rusa que, tras su corto período de vida, se seca y rueda por paisajes áridos diseminando sus semillas.
En poco más de un siglo, como ha sucedido con otras muchas especies invasoras, este espécimen ha llegado a los lugares más recónditos del planeta y, en alguno de ellos, ha encontrado condiciones óptimas para su proliferación, tanto es así, que nos cuesta imaginar uno de esos míticos duelos de las películas americanas del oeste sin un estepicursor rodando, empujado por el viento, casi protagonista de la escena.
Curiosamente, no se tiene constancia de estas plantas en los EEUU hasta finales del siglo XIX. De este modo, similar a lo que ocurre con los pantalones vaqueros, quizás no fueron tan protagonistas de la conquista del oeste como se nos muestra en el celuloide.
El problema con estas plantas es mucho más grave de lo que podemos llegar a imaginar. Toda una invasión silenciosa que puede llegar a colapsar carreteras y obstruir entradas de viviendas, cual nevada siberiana.
En resumen y volviendo al tema principal, ya disponemos de un vocablo más para enriquecer nuestro léxico: estepicursor. Ahora, a intentar recordar la palabrita.
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