Relato literario de Vicente Dasí
“Los abuelos siempre cuentan cuentos viejos, sólo viven con lo viejo, sólo con recuerdos viejos”
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Líneas y páginas que escribí para mis nietos
Vicente Dasí Garés
Aunque parezca increíble, hubo un tiempo en que muchos niños jugaban sin juguetes, y esos niños se hacían más pronto hombres, y esos hombres más pronto viejos, y los viejos eran eso, cosas viejas que quedan arrinconadas, que no sirven, y entonces quedaban postrados en viejas camas o sentados en vetustos sillones sin otra distracción que sus propios pensamientos.
Sólo los nietos eran ya su única alegría y su única esperanza, sólo en aquellos tiempos los viejos contaban cuentos a sus nietos y los nietos escuchaban a sus abuelos.
Como casi todos los días, al anochecer, el niño se subía a las rodillas de su abuelo y le pedía que le contara un cuento.
- ¡Abuelo, cuéntame un cuento!
Y el abuelo, reseco de tantas primaveras, caído más que sentado en aquel viejo sillón donde continuamente dormitaba y donde los recuerdos le mojaban la cara, acunó a su nieto en su regazo, rodeando el cuerpecillo en sus sarmentosos brazos y, como tantas veces, como tantas noches, empezó sus repetidos cuentos.
Y el abuelo empezaba un cuento que, como siempre, a los mayores le sonaba a eso, a cuento; al niño, a verdades maravillosas, y a él, al abuelo, a nostalgias, a viejos y lejanos recuerdos.
El viejo entornaba los ojos de mirada ya turbia, hablaba con aquella voz lenta, apenas audible, voz de viejo, cansada de tanto haber hablado. Eran cuentos viejísimos, cuentos que él había escuchado en su niñez; seguro que eran más viejos que él mismo. Los abuelos siempre cuentan cuentos viejos, sólo viven con lo viejo, sólo con recuerdos viejos.
Aquella noche el cuento hablaba de caballos con alas que surcaban el cielo, veloces como pájaros, de animales que hablaban entre ellos y se entendían como las personas, porque hacía muchos, muchísimos años, los animales hablaban, hasta que un buen día, un castigo divino, los dejo sin hablar. Le habló de la mar, de los corales, de los tesoros de los barcos que permanecen hundidos, de las perlas, de las sirenas que en las noches de calma acompañan a los barcos cantando a los marinos bellas canciones de amor. También le habló de los bosques y de los pájaros de mil colores, de los bonitos conciertos que hacían al clarear el día con sus trinos y gorjeos. Le contó de aquellos pueblos de lejanos países, donde las casas están hechas de caramelo y donde había árboles que chorreaban chocolate y miel. Le hablo de la bella luna que, por las noches, cuando el sol está descansando, alumbra la tierra para que los príncipes puedan recitar bajo su hermosa luz bellos poemas de amor a sus amadas princesas, asomadas a los balcones de los castillos.
También le contó que las estrellas eran personas como nosotros que se habían marchado al cielo, como nosotros también haremos cuando seamos viejecitos y nos cansemos de estar aquí, y le aseguró que desde allá arriba nos ven y nos hacen señales, “pues si te fijas, verás como nos hacen guiños haciéndonos saber que ellas están allí y que nos esperan”.
Y tantas y tantas cosas le contaba al nieto que, como siempre, se quedó dormido. Pero el abuelo, aquella noche, seguía y seguía contándole cuentos al nieto, cada vez con la voz más baja, cada vez con la voz más queda.
Llego un momento en el que el abuelo también se quedo dormido… Pero el sueño del abuelo era diferente, era el sueño del cansancio de tantos años, de tanta vida, de estar tan solo, de ver ya siempre las mismas cosas, de estar ya flojo, de estar cansado y reseco de tantos lloros.
Y el abuelo dejó a medias el último cuento, dejando completa una larga vida reposando en el viejo sillón. La barbilla caída sobre su pecho, como descansando de la larga batalla de la existencia. El nieto durmiendo plácidamente, descansando como para emprender el largo viaje de la vida que había recorrido su abuelo.
Triste, pero bella imagen sin duda, el nieto y el abuelo en el viejo sillón, el fruto maduro, inerte, sin jugo, sin vida, pero mostrando en sus brazos la semilla vigorosa y germinada, dispuesta a recorrer el largo sendero de la vida, hasta que llegue el momento de contar cuentos y dormitar en un viejo sillón, cuentos que a los mayores les parecen eso: ¡cuentos!, pero que para él también serán nostalgias y bellos recuerdos.
Afuera, la noche no era tan oscura como otras noches, pues en el firmamento brillaba desde ahora una estrella más.
Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia
Sencillamente precioso
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