Artículo de opinión de Antonio Iborra Rovira
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Desde tiempos inmemoriales ha existido una clara y reduccionista dicotomía entre los estudios de «letras» y los de «ciencias». Si bien no podemos negar que en ciertos casos sí resulta factible esta hipotética categorización, en ocasiones esta frontera se desdibuja y nos obliga a adoptar una perspectiva horizontal e inclusiva. Tal es el caso de los estudios filológicos y de aquellas cuestiones relacionadas con el aprendizaje de lenguas y con los procesos cognitivos que permiten el habla, una facultad que supone una de las características más tangibles que diferencia al ser humano del resto de las especies del mundo animal.
La lingüística cognitiva surgió con el objetivo de dar cuenta del conocimiento lingüístico en conjunto con otros procesos que se desarrollan en la mente humana, como por ejemplo la percepción, la memoria o la capacidad de atención. Estamos, ante todo, frente a un área interdisciplinar en la que se concentran los objetos de estudio de otras áreas, como por ejemplo la lingüística, la psicología o la neurología. Así, el nacimiento del concepto «lingüística cognitiva» permite romper definitivamente con la etiqueta de estudios de «letras» otorgados a todas aquellas disciplinas relacionadas con el aprendizaje de lenguas. El objetivo fundamental, por consiguiente, no es despojar a los estudios filológicos de su carácter humanístico, sino dotarles de una cientificidad inexistente hasta mediados del siglo XX con la irrupción de las teorías de Noam Chomsky en el plano de la programación neurolingüística (PNL).
La programación neurolingüística o PNL se basa en el estudio de patrones mentales y nos permite conocer aquellos procesos cognitivos que ayudan al ser humano a codificar la información y, por ende, a pensar y actuar. Estos pensamientos están constituidos por palabras, por un lenguaje cuyo objetivo es analizar los elementos de nuestro entorno mediante señales que se transmiten a nivel neuronal y se plasman en forma de representaciones cognitivas, de imágenes a nivel mental, de emociones y reacciones. Así pues, el desarrollo mental de todo ser humano radica en el aprendizaje de lenguas, tanto de L1 como de L2.
¿Cuáles son los dos procesos principales en la producción del habla? El cerebro del ser humano cuenta con dos áreas relacionadas con el habla: el área de Broca (encargada de producir el lenguaje) y el área de Wernicke (cuya misión es comprender el lenguaje), respectivamente. El desarrollo y la potenciación de dichas zonas cerebrales es vital para evitar o retrasar los efectos de posibles trastornos neurodegenerativos, como por ejemplo la enfermedad de Alzheimer (las personas bilingües la desarrollan cuatro o cinco años más tarde que las monolingües, de acuerdo con los descubrimientos presentados en el encuentro de 2011 de la American Associationforthe Advancement of Science) o las distintas afasias que pueden desarrollarse en las áreas de Broca y de Wernicke. Así pues, podemos determinar que una buena salud mental pasa por fomentar el aprendizaje de lenguas (más allá de la L1) y por evitar que este caiga en el olvido. Dicho de otro modo, poseen la misma relevancia aprender una lengua que trabajar por desarrollarla y no olvidarla.
Obviando los beneficios más archiconocidos de desarrollar la L2 (como por ejemplo aumentar las posibilidades de encontrar un trabajo), existen razones científicas que demuestran la importancia a nivel cognitivo de aprender lenguas extranjeras. Por una parte y según un estudio de TheJournal of Neuroscience, se da una mayor flexibilidad cognitiva en aquellas personas que dominan una L2 desde la infancia (presentan mayor facilidad a la hora de adaptarse a circunstancias inesperadas). Annals of Neurology, por su parte, defiende una mayor agilidad mental ligada al aprendizaje de L2. Asimismo, todo apunta que los niños bilingües llevan a cabo mejor las tareas que guardan relación con la creatividad y la capacidad de resolución de problemas, según una investigación publicada en el International Journal of Bilingualism.
Por consiguiente, no nos mostremos reticentes a la hora de conferir especificidad al estudio de lenguas. Abramos las puertas al binomio letras-ciencias en conjunto, transversalmente. Los estudios de la lingüística cognitiva nos permiten reconocer las ventajas científicas de aprender una L2 o de fomentar su desarrollo, tal y como hemos podido comprobar en este artículo. ¿Letras? Sí. ¿Ciencia? También.
Antonio Iborra Rovira
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