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La ciudadanía es un concepto que nos viene muy grande, por mucho que los políticos nos engañen llamándonos así
El sabio refranero español nos dice que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Esto quiere decir que por mucho que tratemos de disfrazar las cosas, ponerle los adjetivos que queramos e, incluso, cambiarle de nombre siempre será lo que es.
Pues bien, hace unos días me decía una persona, hablando sobre el tema, que ella se considera ciudadana, y no súbdita. En fin, supongo que en nuestros días todavía existe gente que piensa que no se pone el sol en los dominios españoles, como anteriormente pensaba el rey Prudente, pero la realidad es que no somos dueños ni de nuestro propio espacio geográfico (Gibraltar es la prueba). Comparaciones temporales aparte, existe una grandísima diferencia entre ciudadano y súbdito, y aunque no lo queramos aceptar, por ser algo que hiere a nuestro orgullo, nos aferramos a él para, brazos en jarra y remangados, gritar a los cuatro vientos que a nosotros nadie nos torea (algo muy propio de los españoles).
Estos días pasados, durante la campaña electoral, hemos oído como a los políticos se les llenaba la boca llamándonos ciudadanos/as. Esto no es más que una simple nomenclatura de formas y estilos que no es real. Es igual que cuando rellenamos un formulario tenemos que poner el nombre donde pone D./ Dña. sin que eso implique esa persona tenga ningún título académico que lo acredite, simplemente por cortesía. Pues con la palabra ciudadano/a ocurre lo mismo.
Muchas veces pensamos que hablar de personas es sinónimo de referirnos a ciudadanos. Nada más lejos de la verdad. Persona es todo humano por su mera existencia. La ciudadanía es una cualidad política, de ahí que, por ejemplo, en las monarquías y otro tipo de satrapías no se tengan ciudadanos, sino súbditos, o camaradas si es el caso. Un pensamiento ligero e irresponsable puede hacernos pensar que es una diferencia solamente nominal; súbditos serían entonces quienes viven en una monarquía, como nosotros los españoles y ciudadanos quienes viven en países con gobiernos democráticos. Pero claro, llamarnos súbditos, que es lo que somos, suena muy despectivo.
El concepto de ciudadanía hace referencia a seres humanos libres, sujetos de derechos y deberes, conscientes en cada momento, de la situación y desarrollo de la sociedad en la que viven y construyen conscientemente. El tránsito de súbdito a ciudadano constituye una de las características del proceso democratizador. La historia ha definido al súbdito como aquel ser humano subyugado y atado a un poder que se decía representante de otros poderes extra-sensoriales o sobrenaturales. La historia oficial de la, mal llamada, Transición, el papel estelar del rey en la operación, su compromiso con su misión, junto con el muro de silencio en torno a la institución monárquica, forman parte del mantenimiento de una cierta niñez de edad ciudadana entre nosotros. Nosotros, los súbditos, que en su día no supimos o no pudimos decidir lo que queríamos ya somos, casi 34 años después de la muerte del dictador, lo suficientemente maduros como para decidir lo que queremos, quien queremos que nos represente y poder tener opciones a cualquier puesto de representación de la nación. La jefatura de estado no puede, no debe, estar acotada a una sola familia solamente por nacer en ella sin saber si estará o no preparada para ello. La democracia implica igualdad en todos los ámbitos y en este caso carece de ella. Todos deberíamos tener las mismas posibilidades para acceder a todos los puestos del estado. Por ello, considero que la república es lo más democrático que podemos tener y a lo que debemos aspirar; lo contrario, cada cual que le ponga el adjetivo, que el mío me lo reservo. No se trata de defender las ventajas de la república frente a la monarquía, puesto que hay cosas que no necesitan defensa por su evidencia; y tampoco es la intención de este escrito (eso quizá lo deje para más adelante). Lo gracioso de todo es que todavía quedan descendientes de aquellos de principios del siglo XIX que gritaban: ¡Vivan las cadenas! Aceptando al rey felón, Fernando VII. Bueno, cambian los tiempos pero los descendientes son los mismos y hoy alaban la campechanía y llenan revistas de las vacaciones a bordo del Bribón.
Mientras no tengamos la suficiente madurez como para protestar todos por lo que consideramos injusto, se nos oiga y reciba para dar solución, no haremos nada. Porque precisamente eso diferencia al ciudadano del súbdito. El primero sabe defender y exigir lo que le corresponde, porque conoce sus derechos y sus obligaciones. El segundo se conforma con lo que le dan pensando que ya vendrán tiempos mejores o en otros casos que alguien le solucionará los problemas, o sea, su concepto democrático se reduce a votar cada cuatro años.
Así pues, mientras todo eso no cambie, y todos y cada uno de nosotros no empecemos a cuestionarnos cosas y preguntarnos el por qué de lo que ocurre, y una vez pasado este periodo no sepamos lo que tenemos que hacer, en este país seguiremos siendo súbditos, mal que a algunos les pese. La ciudadanía es un concepto que nos viene muy grande, por mucho que los políticos nos engañen llamándonos así.
Marino Baler
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Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia
yo me considero un ciudadano mas que un subdito
Jo no sóc súbdit de ningú, ciutadà si, sempre.
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