"... miro otra vez a través de la ventana, ahí siguen el algarrobo y compañía, ahí sigue la negra noche y la blanca luna"
A la sombra del algarrobo
Ramón Alfil
Una vez todos acostados en casa, últimamente, suelo quedarme solo en el salón. A mi lado, el fiel Rocky cumpliendo con su compromiso canino de la compañía. Hay silencio. Medio abro la ventana para ver el exterior, ya que tengo la suerte de no vivir en la ciudad: un algarrobo centenario; dos olivos; un granado de corteza amarillenta; matorrales silvestremente desordenados; en lo alto la luna iluminándome el entorno y al fondo, muy al fondo, oscuridad limpia, sin manchas.
Hoy tengo que escribir unos cuantos artículos en el blog, la vorágine interesada y obligatoria de la jornada no me ha dejado tiempo para nada más que para el trabajo. Me dispongo a ello. Me siento en un sillón, apoyo el portátil sobre las piernas, me preparó una tónica con limón y un par de cd’s de Cortez. ¿Se puede pedir más? En la vida hay muchísimas cosas que me cuestan dinero y que no me hacen disfrutar tanto como saborear detenida y placenteramente unas horas de silencio, una pantalla para escribir y escuchar buena música.
“Y construyó castillos en el aire, a pleno sol, con nubes de algodón, en un lugar a donde nunca nadie pudo llegar usando la razón… quiso volar igual que las gaviotas, ¡pero eso es imposible!”
Ya son las doce y media. Ha caído el primer artículo, concretamente es la entrada número 237 de mi blog, no está mal. Es una buena hora para irme a dormir pero, aún me queda apetito de escritura. Voy a por otro. Éste, bastante dificultoso, me cuesta más de una hora.
No obstante verlo compuesto, acabado y acompañado de dos espectaculares fotografías me ha compensado la laboriosidad. Ya son 238.
“El universo siempre está dispuesto a complacernos, por eso siempre estamos rodeados de buenas noticias. Cada niño que nace es una buena noticia, porque significa que Dios todavía cree en nosotros; sino, no seguiría mandando gente al mundo”.
Son las 2, han caido los 2 cd’s de Cortez, vuelvo a poner el primero; no quiero irme sin rematar un escrito que tengo hilvanado desde hace varios días. Ya son 239 y las tres y cuarto. Pienso que debo cerrar el ordenador e irme a la cama, más que nada para no volver a escuchar los comentarios jocosos de los miembros de mi familia, conforme van levantándose: “otra noche sin dormir”, “estás cambiando la noche por el día”, “esto no es normal”, “estás enganchado como lo pueda estar un vicioso”, “la noche se ha hecho para dormir”…. Ven en mi remanso de paz una contradicción. Me pregunto: ¿quién ha determinado en este mundo lo que es normal y lo que es anormal? Cuando alguien se sale de los cauces establecidos ya es un chimpancé digno de estudio. Hay que desayunar al levantarse, trabajar por la mañana, comer a mediodía, volver a trabajar por la tarde, hacer las compras, llevar y recoger del colegio a los niños. Y un día y otro y otro… Me niego, quiero ser chimpancé. Dejó de escribir, pero me relajo siguiendo con la audición de Cortez.
“Ayer me preguntaste, hijito mío, por primera vez ¿quién es ese Gardel, ese fantasma tan arisco empecinado?... Lo que yo sé, te lo cuento. Algunas veces, cuando te has dormido, las noches que hay pena llena, se aparece ese escondido duende, medio juglar y medio loco, para matear con tu padre y conversar un poco. ¡Si pudieras verlo! con su sencilla elegancia… El traje es de cuerdas de guitarras españolas… La corbata de claveles encendidos para abrigar los cascabeles de su voz. Los zapatos muy de peregrinos que nos son zapatos, sino que son… ¡caminos!”
Al oír a Cortez en esta fábula de Carlos Gardel, sobre todo en ese final descriptivo de los zapatos, me viene a la memoria una perla convertida en tango que lleva por título “Caminito” y que he oído no sé ya cuantas veces:
Caminito que el tiempo ha borrado,
que juntos un día nos viste pasar,
he venido por última vez,
he venido a contarte mi mal.
Caminito que entonces estabas
bordeado de trébol y juncos en flor,
una sombra ya pronto serás,
una sombra lo mismo que yo.
Desde que se fue
triste vivo yo,
caminito amigo,
yo también me voy.
Desde que se fue
nunca más volvió.
Seguiré sus pasos.
Caminito, adiós.
Caminito cubierto de cardos,
la mano del tiempo tu huella borró…
Yo a tu lado quisiera caer
y que el tiempo nos mate a los dos.
Gardel, Cortez, Cortez, Gardel, una combinación sencillamente genial.
Son las cuatro y media. Me hago un café con leche, el aviso agudo del microondas suena como un estruendo entre tanto silencio. Temo que alguien se despierte y me censure lo que, aparentemente, es una contradicción. Vuelvo a poner a Cortez, no me cansa; miro otra vez a través de la ventana, ahí siguen el algarrobo y compañía, ahí sigue la negra noche y la blanca luna.
“Gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me dio dos luceros que cuando los abro perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo estrellado y en las multitudes la mujer que amo”.
Reflexiono sobre las contradicciones, quiero consolarme pensando que no soy el único en ir contra corriente y que la razón no siempre tiene la respuesta. Busco información en internet y llego a una conclusión clara: el mundo es más contradictorio que yo. A ver, por ejemplo, no es contradictorio que “todo junto” se escriba separado y que “separado” se escriba todo junto. Y, ¿por qué “abreviatura” es una palabra tan larga?
“Amigos, y nadie más. El resto ¡la selva!... A mis amigos legaré cuando me muera mi devoción en un acorde de guitarra y, entre los versos olvidados de un poema, mi pobre alma incorregible de cigarra”.
Sigo dándole vueltas a aquello que es y no es. Me pregunto, ¿puede perderse un imperdible? ¿Cuál es el sinónimo de “sinónimo”? ¿Por qué apretamos más fuerte las teclas del mando a distancia cuando se han agotado las pilas? Ya me he quedado tranquilo. Vuelvo a escribir, voy a por el 240 y éste me va a costar porque en él quiero manifestar la razón de mis noches en vela con pluma digital en mano y no es fácil el lance. Tenía ganas de crear una nueva sección; así nació “A la sombra del algarrobo”, entre algodones de contradicciones y una noche en blanco, ¿he dicho en blanco? pues ahí queda otra contradicción.
Sale el sol; canta un gallo; se iluminan el algarrobo, los olivos, el granado, los matorrales y allá al fondo la limpia oscuridad se ha convertido en una estrella ardiente que incomoda a mis ojos cansados ya por el sueño.
“Y bien, aquí la carta ya se termina, pues la noche ha dejado de ser doncella. La llevará volando una golondrina hasta allí donde vives… con las estrellas”.
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