Es muy importante que los padres y madres asuman y se legalicen la autoridad que tienen sobre los hijos
Comúnmente, por nuestro pasado, hemos unido de forma errónea el concepto de ‘autoridad’ con el de autoritarismo y con el empleo del castigo moral y físico.
Al tratar sobre la educación de los hijos e hijas, el concepto de autoridad se ha enfrentado frecuentemente con el de libertad. Sin embargo, ambas, libertad y autoridad son necesidades complementarías en el desarrollo evolutivo del niño y niña.
Si no se les pusieran ninguna regla ni límites a las acciones de los niños y niñas, y sus deseos no encontraran la resistencia de los deseos de los demás, se anularía su posibilidad de crecer como ser humano, ya que no aprendería cuándo puede y cuándo no y que cosas puede hacer y cuáles no y, por lo tanto, no desarrollarían sus capacidades y recursos ante la vida.
Es muy importante que los padres y madres asuman y se legalicen la autoridad que tienen sobre los hijos e hijas, si quieren que los niños acepten e interioricen las reglas que sean necesarias para su crecimiento personal.
Todo límite o regla suele implicar cierta frustración para las dos partes, es decir, tanto para el niño y la niña que no le gusta, como para los padres y madres que quedan dolidos. En frecuentes ocasiones, los padres y madres sienten pena por el niño y la niña o no tienen el deseo ni la firmeza suficiente para mantener el límite establecido; como consecuencia lo retiran una vez que ya estaba decidido, o lo mantienen pero con un fuerte sentimiento de culpabilidad. Todo ello dificulta que el niño y la niña lo acepten y que se aclare con lo que sus padres y madres esperan de él y ella.
Es importante que se les diga la ‘verdad’ al niño y la niña. A nadie le gusta ser engañado, esto de aumentar su desconfianza hacia nosotros no le ayuda a aceptar e interiorizar los límites que necesita para su crecimiento.
Los límites se le pueden hacer observar al niño y la niña con afecto y firmeza, sin necesidad de agredirle, hablándole de lo que uno piensa sobre esa situación en concreto y no descalificando globalmente toda la persona.
En ocasiones, según nuestro estado de ánimo solemos atosigar al niño o la niña exigiéndoles que cumplan muchas normas a la vez haciendo imposible la incorporación de ninguna. Es mejor poner cuatro o cinco límites claros, con seguridad, y que estén en consecuencia con las posibilidades del niño o la niña, que abrumarlo con exigencias continuas que no respetan ni las capacidades del niño o niña ni el tiempo necesario para su aceptación.
Los límites para que funcionen deben estar puestos a tiempo. Muchas veces permitimos que el niño o la niña transgreda continuamente una norma, hasta que con los ánimos muy excitados le agredimos por ese comportamiento lo cual crea malestar y muchas veces remordimiento.
El autoritarismo no suele llevar a la interiorización de las reglas, sino a la sumisión y el rencor.
En ocasiones en que la conversación tendría un valor inigualable, el niño o la niña reciben palabras insultantes, un castigo físico, etc.
Es fundamental, a la hora de transmitir una regla, no ponerse a la altura del niño o niña, ni dejar que éstos se pongan a la del adulto, ya que el niño o niña necesitan sentir que los adultos (principalmente su padre y su madre) le dan la seguridad y calman la angustia a la vez que le enseñan a aceptar la realidad.
Para que un límite sea aceptado por el niño o la niña, éste no debe ser arbitrario ni ser modificado a cada momento en función del niño o niña o del estado de ánimo de los padres y madres, ya que esto no ayuda a su incorporación.
Un límite debe explicarse y ponerse en consecuencia con la edad del niño o la niña pero no se debe abusar del razonamiento adulto, pretendiendo que el niño o niña entiendan todas las cosas al mismo nivel que los padres.
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