Artículo de opinión de Rafael Clari
“La ética bancaria no puede ser una recomendación de buenas prácticas, sino una exigencia por parte de la ley con el Estado como garante”
La burbuja inmobiliaria, la antesala
Una subida constante de los precios de la vivienda, una tasa de empleo excesivamente alta, primero en el sector de la construcción seguido de todos los sectores auxiliares y por último del resto de factores sociales produjo un crecimiento de los precios descontrolado. Eso generó la sensación de que el factor limitante iba a ser la vivienda y convirtió esa inversión en un juego piramidal en el que cualquiera que entraba obtenía unos beneficios insuperables en ningún otro sector.
Se especuló con el suelo, con el precio de la edificación y se generó un juego en el que todos los que jugaban ganaban a muy corto plazo. Se motivó el abandono escolar y la reconversión de muchos empleos en la construcción, un sector en cuyo crecimiento hacía rico a todo el que se le acercaba.
Quien compraba una vivienda por cinco, a la semana la vendía por seis. Si te descuidabas un par de años, el precio era tan astronómico que con toda una vida de ahorros no ibas a poder pagarla. Mucha gente se aprovechó y logró obtener el dinero más fácil de su vida.
Esto no hubiera podido suceder si el crédito se hubiera controlado por parte de los que lo concedían. La revalorización de la vivienda y en general de la construcción por encima del 30 % algunos años hizo que las propias entidades financieras se introdujeran en el negocio.
Sólo los más agoreros parecían pronosticar el fin del crecimiento piramidal del sector de la construcción. Para poder entrar en el negocio inmobiliario con seguridad, las entidades bancarias debían reunir una gran cantidad de efectivo para lo que incrementaron la emisión de productos de alto riesgo y moderada rentabilidad.
La estrategia fue anunciar un producto de mayor liquidez que el plazo fijo, con garantía del propio banco, y recuperación gracias a un mercado secundario. Se utilizó la referencia al euribor más una determinada cantidad porcentual como garante a la calidad de la inversión. Se utilizó la estrategia de conceder plazos fijos muy rentables de baja duración que generaran en el usuario el deseo de una buena rentabilidad, sin la preocupación del vencimiento de los plazos.
Otra de las claves fue la emisión de un libreto de condiciones muy extenso, con lenguaje complejo que el usuario de banca no leía confiando en la profesionalidad de los trabajadores de la entidad como asesores.
Antes del boom inmobiliario teníamos un parque inmobiliario ya sobredimensionado.
Tras este extraño sueño lo hemos hecho aumentar de forma que no necesitará crecer hasta dentro de muchos años.
A los que les ha pillado el juego en medio, entidades financieras, particulares y empresas ha supuesto que sus inmovilizados han ido perdiendo valor. Eso en una empresa o una entidad financiera significa pérdidas. Para el usuario que compró su vivienda por necesidad ha sido un engaño. Pero los más perjudicados son los que han perdido su empleo y no pueden hacer frente al pago de su hipoteca.
En este caso, las entidades financieras pretenden recuperar su dinero a toda costa, sin asumir las pérdidas originadas por la bajada en la cotización de la vivienda. La mayoría de usuarios quieren seguir con sus propiedades, pero frente a la situación de impagos se dan cuenta de que ellos absorben tanto la pérdida del valor como la de la vivienda, así como las costas judiciales. La dación en pago, la entrega de las llaves, supone que la entidad bancaria asume las pérdidas de la devaluación de la vivienda presentes y futuras hasta el momento de la liquidación.
Mientras esto sucede hay familias que se han quedado en la calle y lo más absurdo es que aumenta el volumen de viviendas vacías.
Pero hay una buena noticia. La percepción de la ciudadanía de los desahucios ha cambiado. Antes se sobrentendía que el desahuciado era una persona despreocupada ajena al esfuerzo o al trabajo. Hoy, con la mayoría con problemas económicos más o menos importantes, el desahuciado es un vecino, un amigo o un hermano con problemas, que ya no encaja en el esquema del despreocupado, sino del afectado, de la víctima.
La banca, por su parte, ha cometido un error. El de introducir la desconfianza en sus usuarios. Un mercado favorable a otras posibilidades se abre frente a los ahorradores ahora liberados de los prejuicios de la banca tradicional.
La banca ética, la banca humanizada, donde importen menos las rentabilidades y más la seguridad. Donde una vida dedicada al buen hacer y al ahorro no se vea truncada por la falta de ética del sector.
Cuando ves fotografías del antiguo emplazamiento de algunos bancos y cajas te das cuenta del respeto que les has tenido y de la frivolidad que ahora inspiran. En ocasiones oímos que han cambiado de asesores financieros a vendedores. Eso no les exime.
Si el frutero me intenta vender fruta en malas condiciones perderá a su cliente, si el farmacéutico me aconseja algo perjudicial o en el restaurante no son capaces de cuidar mi alimentación pasarán a ser de un servicio a un problema y en ese caso desaparecerán. La ética bancaria no puede ser una recomendación de buenas prácticas, sino una exigencia por parte de la ley, con el Estado como garante.
Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia
Es usted demasiado blando con los bancos.
Han arruinado a mucha gente, y todos los que nos vemos afectados pensamos llegar a juicio hasta las últimas consecuencias.
Aquí esta la dirección de los afectados, cuantos más seamos mejor:
http://colectivos.adicae.net/plantilla.php?id=54
Esto no puede quedar así, nos han quitado los ahorros y la ilusión de vivir. Con lo que no van a poder estos ++++++ es con nuestras ganas de luchar.
Y espero, que todas las viviendas que se quedan, sin pudor, se les indigesten y no vendan ni una.
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