Poema de María Fernández
Hoy, Día de los Santos, llenan los cementerios
las flores esparcidas por los mármoles
sobre los cuerpos yertos.
El mundo de los vivos
se traslada hoy al mundo de los muertos,
recordando a aquel padre, a aquella madre,
los hermanos y amigos que se fueron…
Dime tú, mármol frío, dime tú lo que encierras,
¿qué guardas bajo el frío parapeto
de tus marmóreas piedras?
¿Viene acaso la gente a rezar por los muertos,
o quizá a alardear de vanidades
de lápidas hermosas y flamantes floreros?
¡Qué lección tan sublime
nos pueden dar los muertos,
desde una tumba fría, desde un montón de huesos!
Oye cómo te gritan: ¡por favor, no seas necio;
da valor a las cosas que lo tienen
y deja que a las otras lleve el viento!
¿Qué hay de las riquezas en este cementerio?
¿En qué se diferencian
de los pobre y ricos los blancos esqueletos?
Si todos en montón estuvieran revueltos,
¿cómo conocerías las carcasas
de los más opulentos?
Aquellos que lucharon por poder y dinero,
desde sus tumbas frías,
hoy comprenden, bien cierto,
que era sólo ceniza, nada y humo
lo que ellos consiguieron…
que desnudos vinieron a este mundo,
y sin nada de este mundo se fueron.
Ya no hay orgullo, vanidad,
ni soberbia en los muertos.
Sólo era consistente, el bien o el mal que hicieron;
y eso sí es lo que hoy nos enseñan los que habitan
la ciudad de los muertos.
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