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EL SEIS DOBLE
lunes, 6 de agosto de 2012
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 Estampas y recuerdos de Alzira (175)
El Júcar no sólo ha dado riadas

La arena era pagada los areneros que trabajaban en la barca a destajo, a ocho pesetas el metro cúbico


 

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...un pequeño tributario se unía al Júcar -se refería al Magro- desembocando mansamente bajo una aglomeración de cañas y árboles; un arco triunfal de follaje. Y en la confluencia de las dos corrientes emergía la isla, una pequeña porción de terreno, casi a ras de agua, pero fresca, verde y perfumada como un ramillete acuático, con espesos haces de juncos sobre los cuales zumbaban de día los insectos de oro y unos cuantos sauces que inclinaban sus finas cabelleras formando bóvedas sombrías, bajo las cuales se deslizaba la barca.

Así describía Vicente Blasco Ibáñez a la isla, en la confluencia de la entrada del Magro al Júcar, en su novela Entre Naranjos, que escribía en 1900 en el pasaje de los protagonistas de la misma, Leonara y Rafael, en su incursión a tan paradisíaco lugar.

Setenta y cinco años más tarde, Manuel Giménez Magraner la hacía desaparecer del curso del río en su labor de extracción de arena del viejo río.

Manuel Giménez, un alcireño, con su bien ganada jubilación nació en 1927 en la popular y querida barriada de l’Alquerieta. De sus dos matrimonios nacieron 10 hijos; seis varones y cuatro hembras; tres de la primera esposa y siete de la segunda. En 1957 comienza su dedicación al negocio de la extracción de arena del cauce del Júcar y como quiera que un antepasado suyo, también de nombre Manuel, había vivido en las Casas de Moncada, en el Camí d’Albalat, donde tenía la servidumbre de dar servicio para atravesar el río con una barca -el barquet de Nelo se llamaba-, ya que aún se había construido el puente llamado de Algemesí decidió instalarse allí en la denominada Partida del Cano, que era conocido el embarcadero de Nelo, frente a la desembocadura del Magro, muy cerca donde se hallaba la isla del Júcar.

Contaba Manuel, el arenero alcireño, con doce barcas que eran fabricadas en Sueca por carpinteros de aquella población de la Ribera Baixa; eran de madera de olivo y de pino; una de ellas fue construida por él mismo; costaban alrededor de diez mil pesetas y las adquiría de segunda mano a los albuferencs, ya que eran botes que navegaban por aquel lago. Tenían unos siete metros de eslora por uno y medio de manga, en las que con una especie de gran cuchara con un palo de unos cuatro metros de largo pescaban la arena del lecho del río cargando en cada viaje un metro y medio cúbico -unos mil kilos el metro cúbico- aunque la arena seca pesa más que la mojada, por entrar más en el volumen, nos aclara Manuel.

El producto rescatado del lecho del río lo vendían a los transportistas como Carrió de Alzira; Barrera y Miquela de Algemesí y Prebetón de Silla, entre otros de la capital de provincia.

La arena era pagada los areneros que trabajaban en la barca a destajo, a ocho pesetas el metro cúbico -se entiende en la época de 1950- y Miguel, el dueño de las instalaciones la vendía a los transportistas a doce pesetas y estos la servían a los constructores y almacenes de esta especialidad; más tarde, en 1975, se cotizaba a cien pesetas y en la actualidad su precio es de 1.600.

La labor de extracción de arena comenzaba al alborear el día terminando la jornada al mediodía, pero como había mucha demanda se continuaba hasta el anochecer.

Manuel vivió el inicio de la Pantanada en el mismo lugar de trabajo cotidiano. A las 11 de la mañana de aquel miércoles, 20 de octubre de 1982 se hallaba amarrando las barcas en el embarcadero y desmontando la maquinaria; ya el Magro en aquellas horas de la mañana venía engrosando el Júcar y a las 4 de la tarde ya estaba inundado el embarcadero y poco tiempo después desaparecerían las barcas arrastradas por la corriente de las embravecidas aguas.

En su agitada vida dedicada a la extracción de arena ha sufrido algunas anécdotas, pero la que más recuerda ocurrió en diciembre de 1965 cuando se hallaba revisando la maquinara en la playeta, al tensar un cable cedió la cuerda arrastrándole al agua vestido. Es el día que más frío pasó de su vida.

En la actualidad, sólo su hijo Manuel sigue la tradición familiar laborando en un embarcadero situado río arriba entre las poblaciones de Gabarda y Antella, donde se dedican a la extracción del material que los albañiles emplean para hacer infantiles al río Júcar donde íbamos a tomar al baño, principalmente al Molinet, -las mujeres lo hacían en el vado, un poco más abajo del puente-.

En nuestras incursiones por la zona del puente de hierro recordamos los embarcaderos donde amarraban els barquets para la extracción de arena, que estaban situados uno cerca de la estación de ferrocarril, -bajo de la ereta-, que pertenecía a Viguetas Castilla; otro bajo la serrería de Pardo, en la Partida del Ráfol y el otro cercano a Tulell, era de Carrió.

Alfonso Rovira 23.02.1996

 



                          
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