“Cacau torraet, curt i llarguet”
La venta ambulante de "cacahueros" fue desapareciendo con el tiempo y en la actualidad existen diversos establecimientos dedicados a la venta de golosinas
“Cacahuet torraet, curt i llarguet, el porte calentet”, pregonaba en voz alta por las viejas calles de Alzira, Dolores, una mujer que vivía en el carrer Carnicers, en la Vila.
Teniendo por seguro que les paraetes, las que siempre hemos denominado cacahueres, han existido siempre recordaremos a los que conocimos en nuestra niñez y adolescencia. No solamente se vendían en estas paraetes cacau i tramussos; también eran chufas, dátiles, golosinas y en la posguerra boniatos torrats; cigarrillos americanos sueltos, el Chester, Pall Mall o Philips Morris, a peseta la unidad. Principalmente, estos carritos protegidos con una lona como techo para protegerse en invierno de la lluvia, o en verano del sol, solían instalarse en la Plaza, al lado de la carretera que la dividía en dos; el paseo dels arbres y el parque inglés donde se sitúa en el centro la basseta dels peixets. Antonio Verdú, el roget, por el color de su cabello, y el señor Emilio, un hombre alto y delgado. Antes de que estos dos personajes se dedicaran a la venta ambulante ya existía a la puerta del bar del Torero, -donde hoy se encuentra el Banco Popular-, el señor Quico, que vendía habas hervidas sacándolas de una gran caldera, como las de bullir butifarres, sirviéndolas en messuretes de papel de estraza. El señor Quico, que vestía blusón negro y gorra del mismo color, usaba gafas de cul de got. Tenía una paraeta de cacaus en la puerta de la iglesia de San Agustín; era una caseta de madera, cuadrada, de color gris, de cuyo techo arrancaba de la parte central una larga punta en lanza, habitáculo que finalizando la década de los 50 trasladaría al Racó de Coves donde estacionaban los autobuses de línea de Carcaixent y Algemesí. Transcurrieron diez o quince años cuando el señor Quico, su esposa y cuñada traspasaron el pequeño negocio a Manuel Segura, conocido cariñosamente por los alcireños como Nelo, un personaje que era el animador principal de las fiestas que se celebraban en la barriada de la calle Dos de Mayo. Nelo, poco después trasladaría su paraeta al final del carrer dels Negres y después a la Plaza del Reyno, cuando comenzaba a edificarse el edificio Luz en 1969.
Volviendo atrás no podemos olvidarnos de Antonio Serrano Carrió, uno de los más populares cacahueros que conocimos en Alzira. Con su esposa, Vicenta Ribera Lledó, vivía en la Calle Luchana, en la barriada de l’Alquerieta, donde nacieron sus nueve hijos, seis varones y tres hembras; de todos ellos, tres siguieron el oficio de su padre; Manolo, Carlos y Bernardo. Este último nos sigue deleitando, el llegar el otoño ofreciéndonos en su puesto tradicional en la Avenida de los Santos Patronos, con sus castanyes torraes, calentes i bones, como pregonaba su padre por las calles de nuestra Alzira cargado con un capazo y en su interior el saco con el producto recién tostado para que no se le enfriara y portando en la mano una linterna encendida de aceite, como era costumbre. El señor Antonio, en verano, con un carrito de mano recorría las calles pregonando en voz alta, aigiua llimoooo, cuallá i dolça, deteniéndose en puntos fijos donde a su clara y potente voz acudían los clientes para refrescar en las calurosas tarde del verano.
Otro personaje popular era el Canyero, un hombre alto, de cabellos blancos, que vendía helado en un pequeño carrito en cuyo interior llevaba el producto distribuido en tres recipientes que generalmente era chocolate, fresa y vainilla sirviéndolo emparedado en galletas rectangulares, que media con un pequeño artilugio que daba el tamaño según requería el cliente, de quinzet, dos quizets o de peseta.
Hemos dejado para el final a otro conocido cacahuero, José Sáez Sánchez; su esposa, Paquita Sánchez Carrasco, y su hija, Bienvenida, que vivieron muchos años en el número 26 de la calle Santa Teresa, donde vendían cacahuetes, altramuces, dátiles, caquis y otros productos, que adquiríamos cuando acudíamos al cine Giner a ver principalmente películas de Kent Maynard, entre otras del Oeste. El señor José, en el cancel de la puerta, que tenía siempre abierta, para la instalación de los capazos de los productos que vendía tenía una jaula donde habitaba un loro que solía cantar Soy minero... -ya saben, la de Antonio Molina-. También el señor José tenía un cervatillo que paseaba con un ramal como si se tratara de un asno. Aparte del establecimiento fijo de la calle Santa Teresa, con un carrito de ruedas se instalaba en la plazoleta del Colón, en el edificio que conocimos como el del Cupón Regalo Comercial, en el rincón que formaba al lado de la puerta junto a la relojería de Enrique Revert se instalaba el señor José y allí acudíamos a comprar golosinas, como vemos a Amparo Pilar Camarena, hija de Enrique y Amparo, forners de la Vila, allá por el año 1960, cuando contaba tan solo tres años.
La venta ambulante de "cacahueros" fue desapareciendo con el tiempo y en la actualidad existen diversos establecimientos dedicados a la venta de golosinas y, cómo no, cacahuetes que ofrecían populares personajes en la Plaçeta y a la puerta de los cines.
Alfonso Rovira 10.11.1995
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