Relato literario de Eva Borondo
Para César y sus niñas
Los domingos literarios
Erase una vez un músico llamado César que tenía dos hijas, Alma y Dánae.
Llegó el día en que el músico tuvo que cumplir el encargo de llevar a las dos niñas al Castillo de la Vida, que se encontraba muy lejos de donde vivían.
Antes de iniciar el camino, César les dio seis cajas de oro y se sentó a hablar con ellas.
-Estas cajas pesan mucho -las avisó- y, durante el camino, vais a sentir unas ganas enormes de abandonarlas, pero debéis aguantar y llevarlas todas hasta el Castillo porque allí os harán falta.
Las niñas metieron las cajas en dos bolsas y se las colgaron a sus espaldas y, cuando empezaron a andar, su padre les dijo que no se separaran del sendero y que siguieran el sonido de su música.
Dánae y Alma estaban muy contentas por el viaje y reían y saltaban mientras el músico caminaba más y más rápido tocando la flauta.
Cuando parecía una hormiguita en el horizonte, las niñas le gritaron y llamaron para que no se alejase tanto, pero César siguió con su música hasta que su figura desapareció allá lejos y ya no podía oírse.
Se hizo de noche y las niñas tenían frío y miedo, pero siguieron el sendero abrazadas, como les había dicho su padre, sin detenerse a descansar. Cuando pensaron que iban a morir congeladas y solas encontraron dos mantas y se las echaron encima. De pronto vieron una hoguera y siguieron caminando.
Cuando llegaron al fuego solo quedaban cenizas, pero ya se había amanecido.
Las niñas estaban tristes porque el padre las había abandonado con esas cajas tan pesadas y todavía les quedaba mucho camino.
Se pusieron en marcha de nuevo y lo cruzaron pisando unas piedras de gran tamaño. Más tarde escalaron una montaña y atravesaron un paraje a cuyos lados había cientos de fieras muertas hasta que llegaron por fin a una encrucijada de caminos. Ahora sí que estaban perdidas y lloraban porque su padre las había dejado solas y no las había acompañado.
De repente oyeron la música de viento que salía de la flauta del músico y pudieron guiarse y llegar adonde él estaba.
Las niñas, muy enfadas, increparon al padre por su ausencia, y él les contó que no las había abandonado, sino que se había adelantado la primera noche para buscarles unas mantas y que no tuvieran frío y que encendió una hoguera para que no se asustaran de la noche; que se puso a trabajar duro para colocar unas piedras grandes y que ellas pudieran pasar el río; que hizo picos a la montaña para que les fuera más fácil escalar; y que había tenido que matar a unas fieras hambrientas para dejarles el camino libre.
Y allí en la entrada les pidió que abrieran las siete cajas que les dio antes de salir y que esperaba que hubiesen cuidado, obedientes. Encontraron cinco tesoros: Amor, Valor, Fe, Honestidad y Bondad. César les dijo que debían cuidarlos con su vida y que sí lo hacían así, encontrarían más dentro del Castillo.
De ese modo, Alma y Dánae descubrieron cuanto les quería su padre y atravesaron por fin la
puerta sin miedo a estar solas.
Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia
Me ha gustado mucho este relato, como un padre enseña los verdaderos valores de la vida a sus hijas. Un saludo Juan Vcte.
Eva : Me ha gustado mucho tu cuento . Al respecto creo que los padres en general somos transmisores de valores y siempre lo hacemos de corazón y para el corazón . Un beso Juan L. Roca
Juan Vcte y Juan L. Roca, gracias por los comentarios. Me alegro de que os haya gustado la moraleja del cuento. A veces, como hijos, no nos damos cuenta del sacrificio que hacen los padres.
Este relato se lo dediqué en su tiempo a un padre, César, que me pidió que escribiera un cuento para sus niñas.
Un saludo.
Sra. o Srta. Eva, es un tema que personalmente llega al corazón y aunque por circunstancias de la vida, no tengo tanto tiempo para ver a mis padres. Y con su relato me viene a la mente por quien vivieron mis padres y lo que me enseñaron. Y lo que tampoco tengo duda, es que gracias a esa convivencia me hace y espero corresponder a mis hijas lo mismo que ellos a mi, y no porque sí, si no porque el amor se tiene que mamar desde pequeños, también sin olvidarnos del respeto a nuestros mayores. Gracias porque me has hecho recordar, espero seguir leyéndole. Un saludo Juan Vcte.
Juan Vcte, el amor a la familia es uno de esos amores generosos de los que solo se espera recibir lo mismo, amor. Y de ese mismo amor nace el respeto, como bien dices que ha de ser. Por desgracia me viene a la mente una historia reciente que me han contado de una persona mayor que no se merecía ni amor ni respeto, pero eso es otra historia.
Gracias por tus palabras en esta conversación cortita.
Saludos.
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