EL SEIS DOBLE
miércoles, 22 de febrero de 2023
El espejo de las almas (II)
La aventura de escribir | Juan Pablo Giner
La aventura de escribir | Juan Pablo Giner
Capítulo 2
Aquel día Tarik no comió con sus hijas. Tampoco acudió a la cena. Ordenó que le dejasen en la cocina algo de comer, pero sus criados, al retirar la bandeja vieron que no había probado bocado. Les prohibió con toda su autoridad que bajasen al sótano hasta que él les autorizase. Estuvo allí todo el día y parte de la noche hasta que, exhausto, subió a su habitación a descansar durante unas pocas horas. Al día siguiente, antes de que amaneciera y se despertasen sus hijas, estaba de nuevo en el sótano desde el que llegaba el ruido de martillazos y golpes. Sus hijas estaban más que preocupadas pues no entendían qué le estaba pasando a su padre. Intentaban acercarse a él y solamente conseguían ser rechazadas en un tono que las dejaba al borde del llanto. Nadie imaginaba que el viejo comerciante estaba a punto de hacer realidad uno de sus más anhelados sueños: Iba a tener su espejo de las almas.
Años antes, en el puerto de Málaga, donde había terminado uno de sus provechosos negocios, Tarik había comprado al capitán de un barco una colección de papiros que estaba escrito en uno de los idiomas que conocía bien. Tenía algunos dibujos que describían unas formas extrañas, pintadas con especial esmero.
Era famosa su afición por los libros entre sus conocidos y éstos sabían que, cuando alguno le interesaba, no escatimaba en gastos para conseguirlo. Aquel libro en cambio, le costó bien poco. El capitán del barco parecía tener mucho interés en venderlo y se lo dejó casi sin regatear el precio. Tarik guardó los papiros entre sus pertenencias y emprendió, casi sin mirarlo, el camino a casa. Ya tendría tiempo de estudiarlo a su llegada.
Pero su llegada a casa fue el principio de un cambio profundo en su vida, pues se encontró a una esposa moribunda, que sólo parecía aguardarle para morir en paz, y dos niñas que lo miraban en mudo reproche por haberlas dejado tanto tiempo solas. Abrumado por el dolor, comprendió lo equivocado de su vida y, en aquel instante, decidió dejar el comercio que desde hacía bastante tiempo solamente practicaba por pura ambición. Su riqueza, importante desde entonces, no había hecho más que aumentar hasta niveles que únicamente él conocía y que, en lugar de hacerlo más feliz, le había privado del amor y de la compañía de sus seres queridos.
Se dedicó en cuerpo y alma a sus hijas, que pronto perdonaron sus largas ausencias, compensadas con creces con el cariño y las atenciones que les brindaba su padre, convertido ahora en un hombre nuevo. Los momentos en que no estaba con ellas, Tarik se dedicaba a leer y a traducir los libros que almacenaba en su nutrida biblioteca. Aprendía y se deleitaba con los conocimientos que los libros le daban y dejaba pasar los días en apacible fluir, viendo crecer a sus hijas en belleza y en virtud.
Un día, años más tarde, tomó los papiros de Málaga para leerlos detenidamente y entonces nació su obsesión. Aquellos papiros eran la traducción de un texto mucho más antiguo que hablaba de una especie de artilugio mágico. Era algo que reflejaba el alma de las personas. Recogía el aura de quienes entraban en él y la devolvía reforzada, haciendo crecer sus virtudes, pero también podía aumentar sus defectos.
El artilugio era muy sencillo. Había que disponer ocho láminas de metal celeste formando un círculo en el que cuatro de ellas coincidieran con los puntos cardinales de la tierra. Las otras cuatro se intercalarían de forma equidistante. Las láminas habían de tener altura suficiente para que un hombre cupiese en su interior de pie y habían de estar dobladas en su extremo superior formando una especie de cúpula abierta. En el lugar donde estuviese no debía llegar de ninguna manera la luz del sol, pues ésta anulaba por completo su funcionamiento.
Tarik deseó de inmediato construir aquel artilugio. Tenía que tenerlo. Tenía que aumentar la virtud de sus hijas que eran su mayor tesoro. Su ambición renació de nuevo con toda su fuerza, aunque en esta ocasión la avaricia no fuese de dinero sino de bondad. Enseguida se puso en marcha para conseguir sus propósitos. Todavía sabía dónde y a quién tenía que acudir para conseguir lo que quería. Su nombre aún era recordado con una mezcla de admiración y odio entre la mayoría de los comerciantes que tuvieran cierta importancia. Así pues, no le fue difícil transmitir un mensaje que se extendió rápidamente por las principales rutas comerciales: pagaría una fortuna a quien le trajese una cantidad suficiente de láminas de metal celeste.
Juan Pablo Giner
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