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EL SEIS DOBLE
domingo, 19 de febrero de 2023
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 El espejo de las almas (I)

La aventura de escribir | Juan Pablo Giner


 

 

La aventura de escribir  | Juan Pablo Giner

  
Presentación
Hace poco publiqué en las páginas de este periódico digital un relato titulado “Un ramito de flores amarillas”. Se hizo por entregas, como en los folletines antiguos, que posteriormente dieron lugar a los seriales radiofónicos y, actualmente, a las series de televisión.
Me consta que este relato ha tenido buena acogida entre los lectores, así que me he animado a buscar, en mis novelas publicadas, relatos semejantes que suelo utilizar como un divertimento personal y que procuro que estén relacionados con el argumento principal.
El relato cuya primera entrega presento hoy se titula “El espejo de las almas” y está incluido en mi primera novela, “La mirada del pirata”. Espero que os guste. 

Capítulo 1
Hace ya muchos años, cuando en Al-Yazirat Suquar todavía se adoraba a Alá, vivía un rico comerciante que se llamaba Tarik. Su casa, cerca de la mezquita mayor, era la más lujosa y grande de toda la población, y en ella vivía con sus dos hijas, que eran la luz de sus días, rodeados de sirvientes que se apresuraban a satisfacer todos sus deseos. Había amado con pasión a su esposa, y cuando ésta falleció no quiso volver a tomar otra, para que nadie ocupase en su corazón el lugar que a ella había pertenecido.
 Nadie sabía con exactitud la cuantía de su fortuna, pero todos sospechaban que debía ser importante, porque Tarik ya no comerciaba y pasaba los días dedicado a sus hijas y a su afición mayor: la lectura. Nadie imaginaba que los cálculos más exagerados no se acercaban ni a la décima parte de la realidad. Y es que Tarik, hombre al que todos consideraban amable y justo, había sido víctima de uno de los vicios más abyectos que pueden ensombrecer el alma de un ser humano: la avaricia. Por ella había engañado y arruinado a quienes habían hecho negocios con él. No había tenido el menor escrúpulo en recurrir a los métodos más ruines a la hora de obtener beneficios. Incluso había ordenado la muerte de quienes le impedían sus propósitos. Pero la pérdida de su esposa por la que sentía un amor que era, junto al que sentía por sus hijas, la única luz de su negra alma,  le había hecho ver la inutilidad de su ambición, la incertidumbre de la vida real, y ahora vivía sólo dedicado a sus hijas y a su afición obsesiva por la sabiduría, que era la única ocupación que podía dignificar la vida de un ser humano. 
Se dice que había viajado por todo el mundo conocido y que había tenido contacto con las más extrañas creencias y culturas. En su casa reunía libros, documentos y pergaminos que había traído de todas partes, y pasaba las horas estudiándolos,  gracias al dominio de los idiomas que había desarrollado con gran habilidad a lo largo de sus viajes.
Sus hijas, que apenas acababan de alcanzar su condición de mujer, eran dos ángeles de bondad que solamente vivían para adorar a su padre, que representaba para ellas la cumbre de la condición humana. Competían entre ellas en cordial disputa por ver quién le atendía mejor, aunque sus querellas siempre terminaban con amables recriminaciones del hombre que las hacían reír  y sentirse felices y agradecidas por formar aquella familia tan afortunada.
El día en que todo empezó era frío y lluvioso. Por esta razón, la llegada de la caravana no causó en el pueblo gran sensación, ya que la mayoría de sus habitantes se dedicaban a tareas domésticas en el interior de sus casas para combatir el aburrimiento. Casi nadie vio llegar a la bizarra comitiva de hombres de reluciente piel negra que viajaban en extraños animales llamados camellos. Tras ellos, ateridos de frío por venir de zonas más cálidas, sus sirvientes, armados hasta los dientes, rodeaban una carreta que transportaba una gran caja de madera cubierta de telas. Miraban con gran recelo a su alrededor, temerosos de que alguien les robase la carga. Ni siquiera ellos sabían cuál era el contenido de la misma, pero eran conscientes de su gran valor, pues de lo contrario nadie pagaría la fortuna que iban a recibir a su entrega. Los criados de Tarik, a pesar de haber sido instruidos por su amo ante la inminente llegada de una importantísima mercancía  que había encargado de lejanas tierras del sur, enmudecieron impresionados ante la aparición en el umbral de su casa de los adustos rostros de los viajeros. Corrieron a avisar a su amo que acudió excitado a recibirles. Por un momento, Alí, el mayordomo, pensó con tristeza que su amo volvía a su oficio de comerciante, cuando Tarik era el hombre duro e implacable y aquel brillo de su mirada anticipaba la conclusión de algún gran negocio que, indefectiblemente, ocasionaba la ruina de alguien menos sagaz o más escrupuloso. Pero no. Tarik no deseaba comerciar, y así se lo dio a entender cuando vio pasar a los extranjeros que se retiraban cargando unas pesadas bolsas de monedas de oro y plata que sólo su señor sabía dónde se guardaban. La caja que los siervos de los recién llegados habían depositado en el sótano de la casa no podía ser objeto de comercio. Nadie pagaría por aquello, por valioso que fuese, más de lo que sospechaba que había pagado su amo.
Juan Pablo Giner

 

Leer todas las entregas publicadas de este relato en este enlace

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El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.

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