Artículo de opinión de Xavier Cantera
Cuando una persona sufre un accidente de esta gravedad, no solo se destruye su estructura física sino también se hace añicos la capacidad de controlar su vida
Una opinión más
Desde el principio del suceder histórico, todos los grupos humanos, organizados para hacer más soportable la vida y la convivencia, en todas las culturas, desde las orientadas por la filosofía o por la religión hasta las más secularizadas, industrializadas o informatizadas, han querido encontrar un significado propio a cada suceso acaecido en su comunidad sobre todo, cuando este ha sido impactante por extraordinario o por catastrófico. En algunas sociedades modernas, la manipulación informativa de lo sucedido, la judicialización interminable de las responsabilidades o el predominio del precio económico de sus consecuencias sobre el valor de las personas afectadas esconden, impiden o disimulan la necesidad emocional de los colectivos sociales por buscar el significado propio de cada suceso, el cual, creo necesario para que las víctimas, en primer lugar, sus familias y también la ciudadanía, afectados cada uno en su grado por un suceso traumático, lo podamos encajar en nuestras vidas, en nuestros esquemas de pensar y volvamos a recomponer nuestro orientador cuadro de mando, formado por principios y valores, para así seguir adelante en la consecución de nuestros proyectos de vida.
Todos conocemos el hecho, lo sucedido a pocos kilómetros de Santiago. Todos hemos leído el texto de la narración desgraciada pero creo que es conveniente que veamos también su contexto para poderle encontrar su significado propio en nuestra era “super” moderna en la que vivimos e interpretarlo para comprenderlo, porque solo desde esta comprensión colectiva del suceso, la sociedad aprende sobre los errores cometidos en el pasado o en el presente y así avanza de forma sana y justa. Para mí, el contexto en este caso es la “seguridad”. Creo que la “seguridad” es el gran valor añadido que, desde hace tiempo, las personas exigimos a todos los productos o servicios que adquirimos o contratamos. Una pequeña muestra de esta preocupación por la seguridad viene reflejada en las estadísticas que nos dicen que una persona destina una media de 1.209 € anuales en compañías de seguros.
Cuando una persona sufre un accidente de esta gravedad, no solo se destruye su estructura física sino también se hace añicos su capacidad de controlar su vida, de adelantarse y prever los peligros y se anulan sus esfuerzos constantes por conseguir una seguridad personal y familiar.
Ante esta destrucción, el suceso se interpreta como algo que nos supera, que nos pasa por encima, que no podemos dominar como si de un monstruo implacable se tratara y contra el que no podemos hacer nada sino dejarnos devorar por él. Así sentí las imágenes televisivas del Alvia tomando la curva como en una visión tridimensional en la cual la máquina descontrolada entraba en nuestra casa y nos arrastraba también a nosotros.
Ante esta destrucción, perdemos la confianza en los demás, en las instituciones que deberían cuidar de nuestra seguridad al utilizar un medio de transporte y de la sociedad que no nos ha protegido. Ante esta decepción, siempre he valorado a esas personas que, habiendo perdido a un ser querido en una catástrofe, socializan su pena y dicen ante los medios: “Espero que la vida de mi hijo sea la última, que se haga todo lo posible e imposible por dotarnos de la total seguridad para que no vuelva a suceder nunca máis”.
Además del apoyo psicológico y de la solidaridad con los afectados, es necesaria la exigencia ciudadana “ya” de la total seguridad, de la máxima posible técnicamente hoy. Sin esta seguridad, las víctimas, de aviones, trenes, metro y carreteras nos perseguirán, reencarnadas en los indignados, mientras los responsables se columpien plácidamente, después de unos días de luto y lloro oficial, ocultando pruebas, evitando compensaciones económicas y responsabilizando de todo al conductor. Debemos hacer urgentemente mucho porque es imposible recuperarnos de tan tremendo golpe si no conseguimos la máxima seguridad en los medios de transporte como fruto de las semillas humanas enterradas o heridas por la catástrofe. La que no falla nunca es la solidaridad de los demás.
El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.
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