Reseña de Rafael Clari
“Ver como ya en el autobús de regreso a casa esos que doblan el primer recodo de la vida exhalan exhaustos un suspiro de agotamiento y felicidad”
Aprovechando estos días entre las fallas y la Pascua, muchos institutos de localidades como Alzira, Algemesí y la Pobla hemos aprovechado para sacar a nuestros alumnos y alumnas a recibir una clase de primera mano sobre nuestro entorno geológico y natural: la Casella.
Senos de piedra surcados por deliciosas sendas de pedrería y arena, que ocultan oasis de frescas y cristalinas fuentes. Es, sin duda, un entorno idóneo y un marco privilegiado para ejercitar las piernas y el corazón; desempolvar esas botas camperas, esos pantalones de montaña y ascender por sendas y caminos.
Exhalar con fuerza y estirar las piernas; sentir latir el corazón libre del encierro de las aulas; cruzar nuestras miradas con las de los asombrados animales que allí residen; bromear sobre la ferocidad que acecha en los ruidos del camino; cruzar una sonrisa cómplice con los alumnos y cambiar la pizarra digital por el contacto con la naturaleza.
Oír el crujido de las piedras al pisar con las botas; apreciar el polvo levantado por nuestro caminar enérgico y entusiasta; convertirnos en una serpenteante humanidad que asciende las laderas y llega hasta la cumbre; extender la vista por encima del horizonte; respirar profundamente tanto el aroma de nuestras coníferas como el polen de muchas de las especies herbáceas y arbustivas que, de forma natural, pueblan las laderas de nuestras montañas; ver a un lado la ciudad y al otro el mar inmenso y generoso Mediterráneo; extender el brazo sobre el manto de arrozales que pueblan nuestras localidades costeras; identificar ese río que se pliega y se repliega entre el manto de arrozales, amado y temido: nuestro Júcar.
Recordar el valor de lo que en otra época fue un bosque tupido y protector que sombreaba el camino entre la ciudad y sus fuentes, entre sus fuentes y sus cimas; dar valor al esfuerzo de cuidar la vida de lo que a todos nos pertenece, nuestras montañas, y motivar en la prevención y lucha contra los incendios que tanto nos han quitado y tanto tiempo y esfuerzo nos ha costado de recuperar.
Y una vez terminado el día ver, como ya en el autobús de regreso a casa, esos que doblan el primer recodo de la vida exhalan exhaustos un suspiro de agotamiento y felicidad. Un cansancio satisfecho y compartido de forma cómplice por los que hoy les hemos abierto los ojos a la belleza de lo que les rodea y pertenece: sus profesores.
Rafael Clari
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