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EL SEIS DOBLE
domingo, 6 de diciembre de 2009
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 La philocaptio de Celestina o niños y niñas, tened cuidado con las hilanderas
Tema literario de Eva Borondo

En la época de Rojas era, según Russell, “lugar común de la medicina considerar que el amor apasionado es resultado de una inflamación cerebral”



Los domingos literarios


Eva Borondo

 

Uno de los personajes más fascinantes de la literatura española es el que da nombre a la obra atribuida a Fernando de Rojas con el título de La Celestina.

El personaje femenino da vida a una alcahueta, palabra que procede originariamente del árabe (al-qawwad) con el significado de “conductor” o “intermediario” y que, en su acepción más general, significa “persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita” (DRAE).

Celestina se ha convertido en la alcahueta por antonomasia, ya que si buscamos su significado en el diccionario, nos remonta a la palabra alcahueta.

Al oficio de alcahuetear se le llama también lenocinio y correr, como señala Márquez Villanueva en Orígenes y sociología del tema celestinesco (1993) por alusión del “ir y venir del hombre a la mujer y de la mujer al hombre”. La palabra correr deriva a un lógico trotar que da nombre a otra alcahueta fundamental, Trotaconventos, “denominación apelativa del oficio, antes de ser nombre de pila (literario se entiende), llevado con todo orgullo por Urraca, la eficaz servidora del arcipreste de Hita”, según explica.

Este es el oficio fundamental de Celestina, pero éste está relacionado con otros que ella practicaba. Según Pármeno, tenía seis oficios “labrandera, perfumera, maestra de fazer afeites y de fazer virgos, alcahueta y un poco hechicera”.

Laza Palacios en El laboratorio de Celestina (1958) afirma que para que Celestina realizara el oficio de alcahueta eran necesarias “las artes diabólicas y la inteligencia vigilante y lúcida de la hechicera estimulada por la codicia y por esa lubricidad espectral y difusa de la pecadora empedernida”.

En la obra Calisto pide la ayuda de Celestina, a través de sus criados, para lograr seducir a Melibea y la vieja se sirve para ello de sus dotes de alcahueta y de hechicera. Primero realiza un conjuro diabólico y luego va a casa de Melibea para destruir con palabras la firme voluntad de castidad de la joven.

Los materiales del conjuro pertenecen a la “magia negra” (edición de Piñero, p. 155, n. 31). Celestina utiliza un bote de aceite serpentino que consiste en “cocimiento de víboras vivas con aceite y vino” con el que untará el hilado para la captación de la joven. Utiliza además un papel en el que van escritos nombres y signos mágicos dibujados con sangre de murciélago, una porción de sangre de cabrón y unas barbas del mismo animal.

La crítica celestinesca se divide entre los que opinan que los poderes dialécticos de la vieja hubieran bastado para seducir a Melibea, como Mª Rosa Lida de Malkiel que “ve en el conjuro nada más que una decoración latinizante al gusto de la época” (Temas de la Celestina y otros estudios, P. E. Russell); y los que se toman seriamente el tema de la magia en la obra, entre ellos el mismo P. E. Russell.

En Castilla seguía en vigor, en la época en la que se publicó La Celestina la conocida Ley de Juan II de 1410 que imponía la pena de muerte a quienes practicaran cierta magia y las autoridades eclesiásticas y civiles quemaban en la hoguera y encarcelaban a las personas sospechosas de practicar estas artes.

“En 1484 Inocencio VIII emitió su famosa bula contra la práctica de la hechicería y la brujería. Hacia 1485 publicaron dos dominicos alemanes su famoso y temible Malleus Maleficarum ("El martillo de las magas"), manual investigador que, durante dos siglos, serviría para condenar a muerte en Europa a miles y miles de personas, sobre todo mujeres viejas”, según las palabras de Russell. El crítico añade que el Malleus consideraba, entre las actividades más comunes de las hechiceras, lo que se llamaba philocaptio o captar de amores, es decir, producir por medios mágicos una violenta pasión hacia una persona determinada, sin que ésta se diese cuenta de nada.

Con el pretexto de vender hilado Celestina se introduce en casa de Melibea y éste, húmedo de aceite serpentino, como culebra enroscada (detalle que apunta Russell) inconscientemente hace efecto en Melibea, que siente “que me comen este corazón serpientes dentro de mi cuerpo".

Cuando Melibea es captada por Celestina, a pesar de su resistencia, se siente enferma y pide ayuda a la vieja, cuyo papel de alcahueta se equipara al de curandera de las llagas del amor.

En la época de Rojas era, según Russell, “lugar común de la medicina considerar que el amor apasionado es resultado de una inflamación cerebral”. La enfermedad de amor, conocida en Occidente como erotes, hereos y amor erótico se divulgó en tratados de medicina como el Canon medicinae de Avicena y De amore heroico, entre otros, en el Medievo, según Márquez Villanueva.

 

 

 

El Seis Doble no corrige los escritos que recibe. La reproducción de este texto es literal; fiel a las palabras, redacción, ortografía y sentido del autor/es.

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Comentarios de nuestros usuarios a esta noticia

Benito - 06/12/2009
Me ha gustado el relato, muy interesante. Celestina podría ser cualquier persona que hoy se dedicase a tirar las cartas, por ejemplo, o a dar consejos. Lo de las pócimas secretas, es posible que fuera más elementos inventados por la retorcida iglesia para quemar en la hoguera (su hobby preferido durante siglos), que pócimas que, realmente, llevasen esos elementos.
Excelente relato.
Maria - 06/12/2009
Muy bueno, no estaria mal que todos padecieran ese mal inflamación cerebral, amor pasional ¡Que bonitooo ! no?
ppcc - 11/12/2022
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